VII Domingo del Tiempo Ordinario: Ciclo “C”
I S 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23
Sal 102
I Co 15, 45-49
Lc 6, 27-38
¿Por qué la vivencia del Evangelio nos resulta difícil de llevar a la práctica? ¿Por qué sentimos que las palabras del Señor nos confrontan y nos hacen salir de nuestra zona de confort? ¿Por qué el ser cristiano exige esfuerzo y dedicación?
En el Evangelio de este día, continuación de las Bienaventuranzas de la semana pasada, Jesús comparte algunas indicaciones a sus discípulos. En este caso, el Señor se refiere a situaciones difíciles, las cuales constituyen para nosotros pruebas duras, las cuales nos coloca frente a nuestros enemigos, ante aquellos que desean hacernos el mal.
¿Cuál es la invitación? No debemos de ceder al instinto o al odio frente aquellos que nos ofenden o confrontan. Tenemos que ir más allá que una mera reacción instintiva. ¿Cómo debemos de reaccionar? Nos dice el Maestro: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odia”. Cuando uno escucha estas palabras podemos pensar que el Señor nos pide algo imposible. Pero ¿es así realmente? ¿Crees que Jesús nos pediría hacer cosas imposibles?
Para poder llevar a cabo esta encomienda del Maestro, debemos pensar en lo que Él hizo durante su dolorosa pasión: cuando fue presentado ante el sumo sacerdote, uno de los guardias lo abofetea y le dice: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús, no le reclama, no se lanza sobre él, sino solo dice: “Si he hablado mal, dime en que he fallado, pero si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?” (Cfr. Jn 18, 22-23). Poner la otra mejilla, no significa sufrir en silencio, ceder a alguna injusticia. Con su respuesta, Jesús denuncia lo que es injusto, pero no lo hace con violencia, sino con total gentileza. Cristo sabe bien que ante la violencia no debemos de responder con más violencia, ya que lo único que se estará obteniendo es más violencia.
Dios quiere que el hombre viva en concordia, apartándose del odio y la injusticia. Por ello, hoy Jesús nos pide que nos apartemos de esos caminos, los cuales únicamente nos estarán llevando a nuestra perdición. Jesús, al hacer todo esto, nos enseña cómo debemos de obrar también nosotros. “Poner la otra mejilla” es vencer al mal con la fuerza del bien; “ceder la túnica” es perdonar al que te ha ofendido; “el no reclamar” es ser paciente con aquel que aún está perdido en las tinieblas.
Es el amor gratuito e inmerecido que hemos recibido por parte de Dios el que genera en nuestro interior un corazón semejante al suyo, el cual será capaz de rechazar toda venganza. Ahora bien, ¿será posible amar a los enemigos? Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Sin embargo, recordemos que cuando el Señor nos pide algo es porque Él mismo nos dará la capacidad de poder realizarlo. El Señor nunca pide algo que Él no nos dé desde antes. Si me está pidiendo amar a los enemigos, es porque ha puesto en mi corazón la capacidad de hacerlo.
Tratemos de vivir esta invitación de Jesús. Oremos por aquellas personas que nos han hecho el mal, aquellos que no viven acorde al Evangelio. También pidámosle al Señor que nos dé su gracia para poder amar a nuestros enemigos como Él nos amó a nosotros. Que Dios nos conceda su Espíritu para poder perdonar, orar y amar a todos nuestros enemigos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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