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Mostrando entradas de junio, 2020

Sálvanos, Señor

Martes de la  XIII semana Tiempo Ordinario Am 3, 1-8: 4, 11-12 Sal 5 Mt 8, 23-27      En nuestro tiempo, se nos puede reprochar la manera en cómo vivimos, así como Amós le echa encima sus infidelidades al pueblo de Israel. Ciertamente que los israelitas eran duros y no querían convertirse al Señor, incluso al ver la suerte que sufrieron Sodoma y Gomorra.       Dios nos habla de muchas maneras, ya que quiere que volvamos nuestra mirada a Él, que nuestro corazón esté siempre inclinado a cumplir su voluntad. ¿No tendremos que escuchar los avisos y advertencia que Dios nos hace por medio de diferentes personas? El mismo profeta se lo dice al pueblo de Israel: “prepárate para encontrarte con tu Dios”.      ¡Cuántas voces llegamos a escuchar día a día! Dios nos sigue llamando por medio de su palabra; sigue ejerciendo su misericordia a quien más lo necesita. ¿Si prestamos oídos a la voz de Dios? ¿Confiamos completamente en el Señor?      Confiar en el Señor no es tarea fácil. Hoy

Apóstoles del Señor

San Pedro y San Pablo Hch 12, 1-11 Sal 33 II Tim 4, 6-8. 17-18 Mt 16, 13-19      Al celebrar esta solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, columnas de la Iglesia. Podemos fijar nuestra mirada en la fidelidad a Jesucristo. Ellos entregaron su vida a la misión que Jesús les había confiado: predicar el Evangelio por todas partes. Aunque los dos tenían diferentes caracteres, los dos buscaron identificarse con el Señor.      Estos Apóstoles, habiendo conocido y experimentado el inalcanzable poder y majestuosidad del Maestro, se mantienen firmes al Señor, se abandonan a sus palabras, puesto que saben quién es Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna”.      Cuando parece que se ha perdido el sentido de los milagros, cuando se ha negado al Maestros, cuando huye y deja a Jesús sólo en su Crucifixión, cuando no es escuchado en el Areópago, cuando les esperan cárceles y tribulaciones, estos Apóstoles confían en el Señor. Las palabras de Jesucristo tie

Seguir al Señor

Domingo XIII Tiempo Ordinario Ciclo “A” II Re 4, 8-11. 14-16a Sal 88 Rom 6, 3-4. 8-11 Mt 10, 37-42      Seguir a Jesús no es tarea fácil. Las palabras que contemplamos en el Evangelio el día de hoy son muy fuertes. Jesús nos dice: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi”.      El hablar de Jesús nos puede dar la impresión como si fuera adversario de las personas que tenemos a nuestro lado, de aquellos a los que amamos más. ¿qué querrá decir estas palabras de Jesús? ¿Estará en contra de la familia? Claro está que no es así.      Jesús no nos pide que dejemos a la familia, que la abandonemos. Más bien nos advierte sobre el peligro de confiar sólo en lo humano. Su visión va más allá: Él quiere que todo lo que hagamos, lo realicemos siendo Él como el centro de mi vida.      El Espíritu del Evangelio debe de impregnar nuestra vida entera. Nos debe de llevar a cuidarnos de los pel

Un Dios cercano

Sábado de la  XII semana Tiempo Ordinario Lm 2, 2. 10-14. 18-19 Sal 73 Mt 8, 5-17      A lo largo de la vida, tenemos que levantar nuestras manos hacia el Señor y pronunciar su nombre. También es importante reconocernos débiles y pecadores. Tenemos que lamentarnos de las infidelidades ocasionadas al Señor.      Cuando se interpreta la historia personal de dolor, nos volvemos más humildes. De esa manera, acudimos al Señor con más confianza, ya que es el único que puede otorgarnos la sanación, la salvación que anhela el corazón del hombre.      En la oración cotidiana de nuestra vida, podemos reconocer nuestras debilidades y reconocer la grandeza de Dios para proporcionarnos su perdón. Es la fe la que nos impulsa y abre camino para experimentar la cercanía del Señor. Este Dios que no quiere juzgar o condenar, sino perdonar y salvar.       En el Evangelio nos encontramos a un Jesús que continúa haciéndose cercano y solidario a las problemáticas de los hombres; a las dolencias

Sí, quiero...

Viernes de la  XII semana Tiempo Ordinario II Re 25, 1-12 Sal 136 Mt 8, 1-4      En nuestra historia personal hay días que transcurren totalmente negros, que las cosas no resultan como uno desea. Podríamos comparar esos capítulos oscuros con la imagen del pueblo de Israel que encontramos en la primera lectura.      Aunque aún no es fin del Reino de Judá (pero si está ya muy cercano), nos percatamos por todo lo que han pasado: el templo destruido, un pueblo desolado, la fe se ha perdido, las promesas a Dios se han roto, etc. Un claro reflejo de la Iglesia actual: una Iglesia que se debilita, las vocaciones comienzan a escasear en todo el mundo, una sociedad alejada de Dios, familias que se destruyen, etc.      Nos percatamos que la culpa es nuestra. Así como le sucedió al pueblo de Israel, que no hicieron caso a los profetas (especialmente a Jeremías en ese tiempo), así nos sucede a nosotros, que preferimos apoyarnos o sostenernos con lo que el mundo nos ofrece. No nos hemos p

¿Dónde construimos?

Jueves de la  XII semana Tiempo Ordinario II Re 24, 8-17 Sal 78 Mt 7, 21-29      Una canción dice: “no siempre las cosas son como debieran ser; no siempre se puede tener la razón” (Pobre soñador). En la vida del hombre, no todas sus acciones terminan bien. En ocasiones existen fracasos y derrotas. Cuando estas suceden, nos dejan una experiencia, la cual nos debe de impulsar a ser mejores.      En ocasiones, la ruina de una persona o de una nación, se debe a los fallos cometidos que, al principio era insignificante, pero hubo un descuido y fue creciendo. La ruina de la comunidad se da de muchas maneras: por cuestiones económicas o políticas, en ocasiones de abandona a Dios y la práctica religiosa, o tal vez por cuestiones personales.      Aprender de estas fallas, nos viene muy bien, ya que nos hace más humildes. Nos lleva a reconocer el papel y protagonismo que Dios tiene en nuestra vida. Lo hemos escuchado en el Salmo de hoy. Además del lamento por la desgracia del pueblo, se

Preparar, discernir, disminuir

Natividad de San Juan Bautista  Is 49, 1-6 Sal 138 Hch 13, 22-26 Lc 1, 57-66. 80      Hoy, al celebrar la Natividad de San Juan Bautista, aquel que preparó la venida del Mesías predicando un bautismo de conversión, podríamos encerrar su experiencia espiritual en tres verbos: preparar, discernir y disminuir.      El Bautista, trabajó en preparar un camino, sin apropiarse nada para sí. Juan era alguien importante: mucha gente lo buscaba para bautizarse; lo seguían porque sus palabras eran fuertes, como “espada afilada”, según la expresión del profeta Isaías.      San Juan llega al corazón de la gente. Quizás pudo tener la tentación de creer que era importante, pero no cayó en ella. Siempre tuvo claro quién era, por eso decía: “Yo soy la voz que clama en el desierto: prepare el camino del Señor” (Jn 1, 23). Su primera encomienda será el de preparar el corazón del pueblo para que tengan un encuentro con el Señor.      ¿Y quién era el Señor? Es aquí donde San Juan nos ayuda a d

Esfuerzo

Martes de la  XII semana Tiempo Ordinario II Re 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36 Sal 47 Mt 7, 6. 12-14      El Señor siempre buscará la manera de instruirnos por el buen camino, ya que su deseo es que todos los hombres se salven y lleguen a la plenitud de la verdad. Por ello, Jesús nos sigue recomendando acciones concretas para llevarlas a la práctica y alcanzar la salvación.      Hoy, más que nunca, muchos católicos extrañan la Eucaristía, el poder participar en las actividades que lleva a cabo la parroquia, la vivencia de los Sacramentos. Bien dice un refrán: “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ha perdido”. Muchas personas desconocían los grandes tesoros que Jesús nos dejó. Por eso, se nos invita a “no echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros”.       ¿Qué quiere decir esto? Muchos creyentes no valoraban lo que tenían a su alcance, no le daban su lugar a los Sacramentos: los bautizos se convertían en una competencia para ver quien llevaba la mejor vestimenta; en las

Introspección

Lunes de la  XII semana Tiempo Ordinario II Re 17, 5-8. 13-15. 18 Sal 59 Mt 7, 1-5      Nos seguimos situando en el contexto del Sermón de la montaña. Jesús continúa dando varias recomendaciones a sus discípulos. Hoy nos dice que no debemos de juzgar al hermano.      En la vida del hombre, por desgracia, es muy cotidiano encontrar a personas que hablan de los demás, que juzgan su manera de vivir, de pensar, de ser. Nos situamos-ponemos en un lugar que no nos corresponde: nos hacemos jueces del prójimo.       Los defectos que hay en nosotros nos cuesta trabajo poder verlos, pero no se nos dificulta nada ver las imperfecciones del otro, aún siendo estas diminutas. Es por eso que Jesús nos llama “hipócritas”. De nada nos sirve ver las carencias de los que nos rodean, si no somos conscientes de lo que estamos haciendo mal. Nos estaríamos comportando como aquel fariseo que se presento ante Dios diciendo todo lo que no era (comparándose con el publicano), pero no bajó justificado (

Menos miedo, más confianza

Domingo XII Tiempo Ordinario Ciclo “A” Jr 20, 10-13 Sal 68 Rom 5, 12-15 Mt 10, 26-33      El Señor no quiere engañar a sus discípulos y crear en ellos falsas expectativas. Jesús sabe que aquellos que quieran seguirlo compartirán su misma suerte. En algún momento de nuestra vida alguien nos rechazará, maltratará, nos dará la espalda, traicionará, etc. Pero ¿qué hay que hacer al respecto? Jesucristo nos da la solución: “No les tengan miedo”      El Señor invita a sus discípulos a no tener miedo, pues sabe que el temor lo único que hará en ellos es paralizarlos, no les permitirá anunciar la Buena Nueva, los obstaculizar para llevar a cabo la misión que les ha encomendado.       El Maestro desea formar un grupo de seguidores, dispuestos a presentarse en esta sociedad sin temor, sin miedo. Por eso es que Jesús se ha dedicado a liberar a la gente de sus congojas (liberarlas del miedo). A Cristo le entristecía ver a un pueblo aterrorizado por el imperio Romano, a fieles amenazados p

Corazón de Madre

Fiesta del Inmaculado Corazón de María II Cro 24, 17-24 Sal 88 Lc 2, 41-51      Después de haber celebrado la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia no invita a recordar a la Madre del Salvador, bajo la fiesta del Inmaculado Corazón de María. La cercanía que existen entre estas dos fiestas nos muestra una relación muy estrecha: la solemnidad del Sagrado Corazón celebra los misterios salvíficos de Cristo, la memoria del Corazón Inmaculado de María es la asociación de la Madre a la obra salvadora de su Hijo.      El Cardenal Pierre de Bérulle nos dice: “Jesús crece en María y es parte de ella y su corazón está íntimamente unido al de su Madre. María vive en Jesús que es su todo. El corazón de María está unido al de su Hijo que le comunica la vida”.      El Inmaculado Corazón de la Virgen es el primer altar sobre el cual, Cristo ha ofrecido su corazón al encarnarse en su purísimo vientre: “María, por su parte, guardaba y meditaba todas estas cosas en su corazón”. Así

Un Amor hecho corazón

El Sagrado Corazón de Jesús  Deu 7, 6-11 Sal 102 I Jn 4, 7-16 Mt 11, 25-30      Qué maravilloso es saber que Dios se a unido a nosotros, que nos ha elegido. Este vínculo no es temporal, es para siempre, no tanto porque nosotros seamos los fieles, sino porque el Señor es fiel y soporta todas nuestras infidelidades.      El Señor no tiene miedo de relacionarse con su pueblo, puesto que su amor es eterno: por amor sella una alianza con nuestro Padre Abraham, con Isaac, con Jacob… Dios quiere vincularse con todos los hombres porque los quiere liberar de sus penas, de sus fatigas, de sus dolores, etc. Sin duda alguna, “el amor del Señor es para siempre”.      Desgraciadamente el hombre no es constante en su amor por Dios, en su fidelidad diría el salmo: “Desaparece la lealtad entre los hombres” (Sal 12, 2). En la actualidad, la fidelidad es un valor que se encuentra en crisis, ya que exige actualizarse, busca ser siempre novedosa. El mundo nos ofrece constantemente renovarnos en t

Orar desde la sencillez

Jueves de la  XI semana Tiempo Ordinario Eclo 48, 1-14 Sal 96 Mt 6, 7-15      Por medio del bautismo hemos recibido el fuego del Espíritu Santo, el cual nos impulsa a proclamar el Evangelio de Cristo. Este mismo Espíritu es el que nos purifica de todos nuestros pecados, haciéndonos ser santos, como Él es Santo.      Quienes poseemos este Don del Espíritu Santo, no hemos sido enviados a juzgar o condenar a nuestro prójimo, sino a buscar para ellos la salvación. Por ello, la Iglesia no debe pasar su vida condenando a los que nos rodean, sino que tiene que buscar los medios para acercar a los alejados al camino de Dios.       Ahora bien, el participar del mismo Espíritu de Cristo, somos llamados no sólo a llamarnos hijos de Dios, sino de serlo. Es por eso que tenemos la certeza de llamar a Dios, “Abba”, es decir: Padre. El sentirnos hijos de Dios nos lleva a amarlo como Él nos ha amado. Es por eso que el Padre nuestro no sólo es un resumen de lo que debemos desear, sino que exig

Recta intención

Miércoles de la  XI semana Tiempo Ordinario II Re 2, 1. 6-14 Sal 30 Mt 6, 1-6. 16-18      El cristiano está llamado a una misión, la cual nos ha sido confiada por el Señor y, como hombres de fe, tenemos que llevarla a cabo. Como bautizados, tenemos que mostrarle al mundo lo que nuestro Dios nos ha confiado. Y ¿cómo podemos llevar a cabo esta encomienda dada por Dios? La respuesta la encontramos en el Evangelio: limosna, oración y ayuno. Estas obras de piedad que nos ha confiado el Señor, hechas con fe y amor, nos darán fuerzas para cumplir con aquello que se nos ha confiado.      Ahora bien, aunque sabemos que esas practicas de piedad nos ayudan a cumplir con nuestra misión, debemos tener muy en claro que no lo hacemos para ser gratos a los ojos de los hombres, sino para agradar a Dios: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”.      El mismo Jesús nos hace percata

Dios: perdón y amor

Martes de la  XI semana Tiempo Ordinario I Re 21, 17-29 Sal 50 Mt 5, 43-48      Si algo aborrece el Señor en la vida del hombre, es el pecado, puesto que Él sabe que destruye su vida, nos aleja del amor del Padre y nos hace perder la relación fraterna con el prójimo, convirtiéndolo en enemigo.       Ahora, este mal no puede ser superado sólo por la voluntad humana, sino que necesita de Dios. Por ello no dudo en enviar a su propio Hijo a morir por nosotros y otorgarnos así el perdón de los pecados y poder acceder a la Vida Eterna.      A pesar de lo débil que podamos ser, de lo vulnerables que somos ante el pecado, volvamos siempre al Señor con un corazón contrito y humillado, puesto que sabemos que Dios nunca rechaza un corazón así. Cuando nos presentamos con pleno arrepentimiento ante Dios, Él nos perdonará, nos dará la gracia que hemos perdido y nos conducirá de nuevo por el camino de salvación.      Dios, al ver la actitud del Rey Ajab, no dudo en perdonarlo puesto que nu