Miércoles de la octava de Pascua
Hch 3, 1-10
Sal 104
Lc 24, 13-35
No hay nadie tan rico que no tenga algo que recibir, ni hay nadie tan pobre que no tenga algo que dar. Todos en nuestra vida tenemos algo que ofrecer al prójimo: algo para comer, alguna prenda para vestir, algún consejo que aportar cuando nos lo solicite.
Nos encontramos en la frescura de la Pascua, donde la primera comunidad hacia muchos milagros y curaciones. Hoy, en nuestro tiempo, seguimos con esa frescura de la Resurrección de Cristo. Por ello, llenos de fe, demos los que tenemos. Tal vez, como Pedro y Juan, “No tengamos ni oro, ni plata”, pero si tenemos algo más importante: tenemos a Dios. Si hermanos, si Dios está con nosotros mayores cosas vamos a hacer.
Si mi vida aún no está en esta sintonía, bien valdría ese reclamo de Jesús a sus discípulos durante el camino a Emaús: “¡Qué insensatos son ustedes y que duros de corazón por no creer”! Es tiempo de creer que el Espíritu de Dios sigue obrando por medio de nosotros. Podemos dar mucho más de lo que pensamos (siempre y cuando lo hagamos con un desprendimiento total a lo que Dios ha puesto en nuestras manos).
Jesús sigue saliendo al encuentro de nuestra vida de manera y formas concretas: en amigos, en su Palabra, la oración, los sacramentos, las buenas obras, etc. El deseo del Maestro es acompañarnos, para poder nosotros acompañar a quien más lo necesite; Jesús nos da todo, como Él, es tiempo de darlo todo a todos.
Pidámosle a Jesús, como esos discípulos “Quédate con nosotros” por que sin ti todo se oscurece. Que reconozcamos la presencia de Dios en todo nuestro obrar y vivir a la luz del Resucitado, así como estos discípulos lo reconocieron al partir el pan y que también nuestro corazón arda por seguir manifestando al mundo que la Palabra de Dios es viva, eficaz, actual y verdadera.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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