Fiesta de la Divina Misericordia
Hch 2, 42-47
Sal 117
I P 1, 3-9
Jn 20, 19-31
Cada año, el siguiente domingo al de Resurrección del Señor, conmemoramos la fiesta de la Divina Misericordia. Su principal finalidad será la de mostrar a Dios Misericordioso y el amor que tiene por toda la humanidad. “Dios no se cansa de mostrarnos su misericordia y perdón, es el hombre el que se cansa de buscarlo” (Papa Francisco). Si Dios tuviese un rostro sería el de la misericordia y ¿dónde se ve plasmado ese rostro? En su Hijo muy Amado. Es por Jesús que podemos conocer que tan grande y magnánimo es el perdón y la misericordia de Dios.
Para empezar, Jesucristo “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, por ello será la fuente misma de la misericordia. Cristo quiere que todos los hombres experimentemos de cerca el perdón del Padre, que no viene a condenar, sino a salvar, que no viene a desparramar, sino a juntar, que no viene a perder, sino a encontrar lo que se había perdido. Es por lo que el Señor sigue saliendo a nuestras vidas, para hacernos experimentar esa misericordia.
En el relato del Evangelio que hemos escuchado el día de hoy, nos encontramos con un Jesús resucitado que se aparece en medio de ellos, por lo cual los discípulos se transforman: recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de alegría y sienten el aliento del Maestro (el Espíritu Santo). Eso mismo pasa cada vez que la misericordia de Dios nos alcanza, cada vez que nos dejamos encontrar por el amor del Padre.
Por un lado, cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente acompañada por Cristo, se notará enseguida, puesto que su vivir reflejará perfectamente quien es el centro de su vida. Y que mejor ejemplo para ello que la primera lectura. Esta primera comunidad refleja cuatro aspectos importantes de la presencia del Señor en medio de ellos. Primero, se sometían a las enseñanzas de los apóstoles, puesto que tenían la necesidad de vivir como verdaderos cristianos. También estaban en una comunión fraternal, ya que todos ellos buscaban tener un mismo corazón. Otro aspecto era el de la fracción del pan, ya que su alimento era el mismo Cuerpo y Sangre del Señor. Por último, eran asiduos a la oración, puesto que todo lo tenían por común, se buscaba la caridad fraterna.
Por otro lado, cuando alguien no se ha encontrado con Jesucristo, es todo lo contrario, una actitud cerrada, egoísta, soberbia, como la del apóstol Tomás: “hasta que yo no haya metido mis dedos en los agujeros de sus manos y mi mano en su costado, no creeré”. De ahí que se haya ganado su apodo: “el Incrédulo”.
La conversión en nuestra vida se da de manera gradual, progresiva. Podemos verlo en el mismo Tomás. Primero, él no cree que Cristo haya resucitado, se niega rotundamente, al grado de querer meter sus dedos y mano en las llagas del Señor. Después, cuando están de nuevo reunidos los once, se acerca Jesús al Incrédulo y le pide que introduzca sus dedos y mano en sus heridas, diciéndole: “no sigas dudando, sino cree”. Por último, se da el pleno arrepentimiento surgiendo una de las profesiones de fe más hermosas de la Sagrada Escritura: “¡Señor mío y Dios mío!”. ¿Qué habrá experimentado Tomás al encontrarse con Jesús resucitado? ¿Qué sentimos al experimentar la misericordia y el perdón de Dios?
Ahora bien, este tiempo de Pascua vendrá a ser para nosotros un tiempo propicio para experimentar la misericordia de Dios y que se de nuestra justificación. Para ello te invito que lo hagas como la primera comunidad: “con alegría y sencillez de corazón”. Si, porque ante los ojos de Dios tenemos que ser humildes y reconocernos pecadores, como el publicano en aquella parábola de Lucas: “El publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy un pecador! Yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado” (Lc 18, 13-14).
Como escuchábamos en la primera carta de Pedro, “Bendito sea el Señor por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo nos concedió renacer a una vida nueva”, permitamos que el perdón de Dios llene toda nuestra vida, nos lleve a tener una fe firme en su amor y nos de la esperanza de creer en la Resurrección del Señor.
Como Tomás, experimentemos la presencia del Maestro, que nos ama y nos invita a confiar en su misericordia, puesto que la fe del creyente crece cuando nos sentimos amados y atraídos por Dios. Su llamada a confiar en Él tiene más fuerzas que nuestras propias dudas e incredulidades. Que el Señor pueda decir de nosotros “Dichoso que has creído sin haber visto”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Gracias padre José por entregarnos el Evangelio en estos tiempos que lo necesitamos más que nunca. Que el Señor lo siga bendiciendo.
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