Jueves de la segunda semana de Pascua
Sal 33
Jn 3, 31-36
A todos nos resulta conocido este refrán: “dime con quien andas y te diré quién eres”. Pero ¿qué quiere decir o qué significa este dicho? Por medio de él, alcanzamos a observar hasta cierto punto como es la persona: con su manera de vestir, de desenvolverse y la personalidad que presenta, podemos saber como es.
Los Apóstoles convivieron con el Maestro muy de cerca (“llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él” Mc 3, 14); Jesús los mandó a sanar a quien más lo necesitaba (“les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” Mt, 10, 1); cenaron con Él (“Al atardecer, estaba Jesús sentado a la mesa con los doce discípulos” Mt 26, 20). Ellos andaban con Jesucristo. Ahora bien, ¿con quién andamos? ¿Quién es nuestro modelo? ¿podremos reflejar con nuestras palabras, gestos y acciones que somos discípulos de Jesús?
Los tiempos han cambiado. Que diferente es nuestra manera de pensar y actuar a la de los apóstoles del Señor. Seguimos preocupándonos por lo que hay en este mundo. No tenemos nuestra mirada en las cosas del cielo. Nos cuesta cada vez más trabajo cumplir la voluntad del Señor ¿No estaremos haciendo lo contrario a lo que Pedro predicaba? ¿No estaremos obedeciendo primero a los hombres antes que a Dios?
En este tiempo propicio que Dios nos regala, se nos da la oportunidad de reconocernos imperfectos y trabajar en nuestro interior, puesto que la resurrección de Cristo nos ha traído “la gracia de la conversión y el perdón de los pecados”. Al reconocernos hombres pecadores y dejando obrar al Señor en nuestra vida por medio del Espíritu Santo, se dará en nosotros el deseo de cambiar. Por ello, es un tiempo para reencontrarnos con el Salvador y proseguir sus pasos, hablar cómo Él lo hacía, vivir a su estilo. Tenemos que ser auténticos seguidores del Señor.
El seguidor de Cristo debe de tener bien claro cuales son sus principios para que, viviendo su realidad terrena, no se desvíe de la realidad celestial que le aguarda, puesto que el Señor nos ha llamado a la vida eterna.
Que la acción del Espíritu Santo nos lleve siempre “primero obedecer a Dios” y tener plena disposición a lo que Él nos pide, sabiendo que el Señor busca que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Que al reconocernos pecadores nos conceda el perdón de nuestras faltas y poder ser testigos de todo lo que obra en medio de su pueblo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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