Martes de la tercera semana de Pascua
Hch 7, 51- 8, 1
Sal 30
Jn 6, 30-35
Qué fuertes y duras son las palabras con las que hemos iniciado la liturgia de la palabra este día, palabras puestas en boca de San Esteban: “hombres de cabeza dura, cerrados de corazón y de oídos. Ustedes resisten siempre al Espíritu Santo”.
La persona humana constantemente experimenta hambre y sed, pero no me refiero sólo a algo biológico, sino que va más allá de su propia fisionomía. El hombre, a desencadenado una búsqueda para encontrar aquello que logre saciarlo. Pero por desgracia se da cuenta que, al atender esa necesidad, vuelve a resurgir (o surge otra nueva). Ahora bien: ¿Quién puede acabar con esa sed y hambre? Dios: sólo la vida en el amor de Dios puede dar sentido a la vida, saciándola completamente.
El hombre busca a Dios, pero no lo hace de la mejor manera. Quiere comprobar la existencia de Dios por medio de la ciencia u otros matices, sabiendo que esos medios no bastarían para conocerlo en su totalidad. El hombre sigue interrogándose como los judíos a Jesucristo: “¿Qué señal vas a realizar para que veamos y podamos creer? ¿Qué obras harás? Esto mismo sucede porque, al igual que los del sanedrín, “somos hombres de cabeza dura, cerrados de corazón y de oídos. Nos seguimos resistiendo al Espíritu Santo”.
Si hoy Dios no hecha en cara nuestra dureza de cabeza y corazón, no es para que nos indignemos o nos llenemos de cólera contra Él, como los judíos con la predicación de Esteban, sino que es una oportunidad para ser mejores, para aceptar nuestras flaquezas-debilidades y trabajar en ellas, dejando obrar al Espíritu Santo en nuestra vida.
En esta Pascua, el Maestro nos ofrece una nueva oportunidad de abrir nuestro corazón y dejar que el Espíritu Santo guíe nuestra vida por el camino de la vida. Se nos vuelve a invitar a encontrarnos con Jesús resucitado, el verdadero pan que sacia toda hambre y sed del hombre; dejemos que Cristo, el pan bajado del cielo, nos llene siempre de su amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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