Sábado de la cuarta semana de Pascua
Hch 13, 44-52
Jn 14, 7-14
Dios ha dotado de talentos y virtudes a todos sus hijos. Independientemente de que cualidades hablemos, el Señor se ha volado la barda al depositar en nosotros esas aptitudes. Ahora bien, resulta algo extraño que, habiendo tantas virtudes en cada persona, nos empeñemos más a ver los dotes de los otros que reflexionar sobre lo que Dios me ha inculcado. Perdemos el tiempo contemplando al otro, que interiorizando en todo lo que hay en mí.
Es cierto, no somos expertos en todo y no hemos nacido sabiéndolo todo, pero, también es verdad que tenemos la capacidad de aprender a desempeñar diferentes trabajos y tareas. Basta con empeñarnos y dedicarnos para lograr lo que se desee: “el que persevera, alcanza”.
Ahora, una actitud que debe de estar lejos de nuestra vida como creyentes es el de la envidia, ya que ella va a entorpecer nuestra comunidad. La envidia me hace creer que soy menos que los demás, que todo lo que hago no vale la pena. Si esta es nuestra manera de pensar, estamos cayendo en la misma actitud de los judíos ante Pablo. Les da envidia que en todos los años que tienen en esa región, no han logrado algo semejante. No se percataron que siguen al mismo Señor, que no es una cuestión de competencia y ver quién congrega más gente. Se dejan llevar por la envidia de su corazón. El envidioso no alcanza a percatarse que él solo se coloca fuera, se hace menos ante los demás, se priva del don de compartir con el prójimo.
¿Qué es lo que pasa después? Empiezan los problemas, las calumnias, las ofensas al otro: “no le crean a esa persona, es muy arrogante”, “Fulanito sólo viene a misa para que lo vean”, “Manganita es muy hipócrita e invita a los sacerdotes a comer a su casa”, “Perengano tiene dinero porque hace negocios chuecos”, etc. Se comienza a hacer una ruptura en la comunidad.
Debemos de tener cuidado con nuestra envidia. Estos judíos contradecían a Pablo, y recordemos que Pablo había ido a compartir la Buena Nueva. Por lo tanto, contradecirlo a él, era contradecir el mensaje del Señor. Si nosotros hacemos esto, sabiendo que la persona es un enviado de Dios, no lo rechazamos a él, sino a Aquel que lo envió.
Esto sucede con la Palabra de Dios. Cuando se nos proclama la Buena Nueva de Dios, somos nosotros los que decidimos si la escuchamos o la dejamos fuera de nosotros. Es de esta manera en que Dios se muestra a su pueblo, por medio de su Palabra. Mientras unos hacen corajes por el mensaje del Señor, otros se abren con gozo al anuncio, conservando todo aquello en su corazón.
Tanto tiempo que Jesús esta con nosotros y ¿aun no terminamos de conocerlo? Tantas oportunidades que Él nos da para experimentarlo por su Palabra y nosotros ¿todavía no lo conocemos? Jesús sigue saliendo a nuestro encuentro en este tiempo de pascua y nos dice: “si ustedes me conocen, conocen a mi Padre”. ¿Podríamos decir que conocemos a Jesús y, por ende, conocemos a su Padre?
Que el Señor nos muestre su camino para conducirnos al Padre y que Jesús sea nuestro ejemplo a seguir para dejar de lado toda envidia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Gracias por compartirnos la palabra del Señor. Su mensaje es muy claro dejar fuera lo que a Dios no le agrada. Le mandamos un abrazo fader!! cuente con nuestras oraciones. Bruno Marina y Manuel
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