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Cuídalos, líbralos, santifícalos

Miércoles de la séptima semana de Pascua 

Hch 20, 28-38
Sal 67
Jn 17, 11-19



     No estamos solos, ya que, tanto Jesús cómo San Pablo, nos han dejado en las mejores manos: estamos en las manos de Dios. Nos dirá el Apóstol: “Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra salvadora”; Jesucristo pronuncia las siguientes palabras: “Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado”. Es así como nos percatamos de que en este peregrinar, no estamos desamparados, sino que somos sostenidos y cuidados por Dios.

    Aunque San Pablo se dirige a los presbíteros de Éfeso, podemos hacer nuestras sus palabras. Se les aconseja a estos sacerdotes tener una actitud diligente para atender al rebaño que se nos confía; se nos invita a nosotros a cuidar y llevar a cabo lo que Dios nos ha encomendado. Se nos motiva y exhorta a custodiar la misión que Cristo nos ha designado en la vida.

     Ahora, Pablo advierte de un peligro: “se introducirán lobos rapaces, que no tendrán piedad del rebaño”. Aquí se da un doble riesgo: las adversidades que vienen de fuera y lo que pueda surgir en el corazón del hombre. El mundo nos sigue atacando, buscando que nos apartemos del camino de Dios, que busquemos nuestra felicidad fuera del Padre: este peligro viene de fuera. El otro peligro que viene de dentro consiste en el egoísmo, el abandonar la fe, el que se separa de lo que cree, el que se crea una Iglesia a su medida. 

     Por ello, la invitación del Apóstol será: “estén alerta”. Pablo emplea todos los recursos que puede para motivar a esos presbíteros, para exhortarnos a nosotros: primero da ejemplo de lo que les ha dicho, afirmando la importancia de su misión, la cual ha sido encomendada por Dios mismo; después los advierte de las dificultades que vendrán, para que no se asusten, sino que estén atentos a ellas. El mismo Cristo lo dijo: “Velen y estén preparados” (Mt 24, 42).

     Jesús nos ha enviado a todas las naciones como luz que brilla en la oscuridad, para que crean en Él como el salvador del mundo y ser así la única y verdadera Iglesia. Pero Él sabe de la dificultad de nuestra misión, por ello, como San Pablo, nos ha encomendado a su Padre, no para que nos saque del mundo, sino que nos proteja de toda maldad.

     El Señor no sólo pide para protegernos de la maldad, sino que busca que constantemente seamos una sola comunidad, de tal manera que su amor nos haga auténticos constructores de unidad y no de división. Él nos ama y quiere que seamos un solo rebaño, bajo el cuidado de un Pastor: Jesucristo. Así, santificados por la palabra de Dios, somos enviados al mundo para santificarlo.

    Que Dios nos conceda la fuerza del Espíritu Santo para poder vivir siempre como testigos del Resucitado y, ante la adversidad del mundo, no sucumbamos ante él, sino que, manteniéndonos bajo la guía del Pastor Supremo, podamos permanecer unidos en un solo rebaño.





Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios

  1. Que podamos sentir siempre la protección del Señor. Gracias padre Jośe porque a través de su palabra escrita nos hace sentir esa cercanía y cuidado de nuestro Dios. Bendiciones.

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