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La promesa de Jesús

VI Domingo de Pascua 

Hch 8, 5-8. 14-17
Sal 65
I P 3, 15-18
Jn 14, 15-21

     El día de hoy hemos escuchado una hermosa promesa que Jesucristo nos hace: “no los dejaré desamparados”. Es una afirmación sanadora, reconfortante, llena de esperanza ante la adversidad que padecemos como humanidad. Por ello, como san Pedro lo dijo en su primera carta, tenemos que “venerar en el corazón a Cristo y debemos de estar dispuestos siempre a dar razón de la esperanza”. En este tiempo, donde el hombre se siente solo, abandonado por Dios, debemos mostrar que no es así, que nuestro Padre jamás nos deja abandonados, que Él sigue estando presente en medio de nosotros: ¿cómo es esto? Por medio de su Espíritu Santo.

     Cuando a Jesús le llega la hora de volver a su Padre, hace oración (Jn 17). En esa oración abarcará toda la Economía de la creación y de la salvación y esa oración, al igual que su Pascua, permanece actual y presente en la liturgia de la Iglesia.

     Ants de su muerte, en este discurso de despedida, Jesús nos anuncia que enviará a “otro Paráclito”. Ante la salida de Jesús de este mundo (la Ascensión del Señor que celebraremos el próximo domingo), el Espíritu Santo, que estuvo presente en la Creación y que actuó “por medio de los profetas”, estará ahora junto a nosotros, para enseñar y mostrarnos el camino a seguir.

     Jesús, cuando nos anuncia y promete la Venida de su Santo Espíritu, lo llama “Paráclito”, el cual es traducido como “Consolador”. Eso quiere Jesús para nosotros, consolarnos desde su Espíritu. Ante las desgracias, las tragedias, las perdidas y todo aquello que pueda afligir nuestro corazón, Dios mismo se hace cercano para darnos consuelo, para llenarnos de fortaleza por medio de su Consolador. Si el cristiano recibe el nombre de su Maestro, Cristo, y busca ser como Él, nosotros, que hemos recibido la efusión de su Espíritu, estamos llamados a ser como Él, consolador de los que más sufren.

     Una acción concreta para saber que el Espíritu de Dios está sobre nosotros, la encontramos en la primera lectura: Felipe predica la muerte y resurrección de Jesús en Samaria. Recordemos que los samaritanos y los judíos no se llevan nada bien. Pero, ante la acción del Paráclito por medio de sus palabras, de sus acciones, de sus milagros, aquel pueblo se llena de alegría y aprobaban lo que el diácono Felipe realizaba en medio de ellos y, por medio de la imposición de manos de Pedro y Juan, reciben el Espíritu Santo. 

    El Espíritu Santo vendrá y nosotros lo conoceremos, estará en medio de nosotros para siempre, permanecerá en nuestro corazón; Él nos lo enseñará todo y nos recordará lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y dará gloria a Dios.

     Pidámosle al Señor que siga enviando su Espíritu Santo en medio de nosotros, que Él impregne todo nuestro ser y nos conceda ser portadores de sus sagrados dones, para poder así ser consuelo y ayuda de quien más lo necesita. 




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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