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¿Me amas?

Viernes de la séptima semana de Pascua 

Hch 25, 13-21
Sal 102
Jn 21, 15-19



     Esta pregunta que formula Jesucristo a Pedro nos recuerda a todos los creyentes que la vitalidad de la fe no consiste en una comprensión meramente intelectual, sino más bien de amor: el que no ama, no puede comprender la fe cristiana.

     La fe cristiana es una experiencia de amor. Por eso, creer en Jesucristo, es mucho más que sólo aceptar verdades acerca de Él. Creemos realmente cuando comenzamos a experimentar que Jesús se va convirtiendo en el centro de mi pensar, de mi vivir, de mi querer, de mi amar.

     El amor a Cristo no puede ser auténtico mientras no se traduzca en un servicio al prójimo: el cuidarlo, procurar su bien, defenderlo en la adversidad, estará mostrando el grado de amor que tenemos por el Señor. Si en verdad amamos a Jesús, tenemos que dejarnos conducir por su Espíritu. Mientras uno es joven, va forjando sus propios caminos, sigue sus caprichos e ideales. Una fe madura nos llevará por el camino que el mismo Dios nos indicará. 

     El Señor no espera de nosotros sólo un memento de oración o algún momento de devoción. No: Él quiere de nosotros un auténtico y verdadero compromiso de amor, que nos impulse a servir y amar al prójimo hasta el extremo, como nos lo enseñó: “El que quiera ser el primero, que se haga el último, el servidor de todos” (Mc 9, 35); “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 13). Cristo nos pide que vayamos siempre tras sus huellas, de entregarnos en favor de todos los hombres. Junto con el Maestro, nuestra vida tiene que ser entregada por los demás.

     Ir tras las huellas de Jesucristo no puede quedarse en un estar con Él sólo en algunos actos de piedad; la oración personal, la Eucaristía dominical, el rezo del santo Rosario, etc. Seguir sus pasos nos debe de convertir en testigos como Él, reflejándolo en nuestra manera de vivir y de obrar. 

     Entregar la vida por el prójimo no se puede quedar sólo en el plano superficial, al remediar sus necesidades materiales o corporales, sino que debemos de ir más allá. Debemos de procurar que, en ellos, el amor de Dios se haga realidad, que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, que vayan siguiendo los pasos del Maestro.

     Que el Señor nos conceda la gracia de vivir un amor como el suyo, que abiertos a su Espíritu nos dejemos conducir por Él y que al recordar nuestra fragilidad, nos presentemos ante Dios con un corazón humilde y contrito, diciéndole: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú bien sabes que te amo”.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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