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Oración: fuente de la misión

Martes de la séptima semana de Pascua

Hch 20, 17-27
Sal 67
Jn 17, 1-11




     Hoy nos damos cuenta de que, tanto en la primera lectura, como en el Evangelio, se respira un clima de despedida: Pablo manda reunir a los presbíteros de Éfeso para decirles adiós y Jesús se despide de sus Apóstoles. En ambos casos se respira una atmósfera de oración.

     Jesucristo, antes de padecer por toda la humanidad, quiere concluir la enseñanza dada a sus discípulos dirigiendo su oración al Padre, en la cual se resume toda su vida, buscando que ésta trascienda el espacio y tiempo, para que así, alcance a todos los hombres de todos los tiempos.

     Aunque esta plegaria es catalogada como “oración sacerdotal” de Jesús, ya que en ella se expresa la línea sacrificial que llevará a cabo, encontramos otros matices, como el retorno de Jesús al Padre y la oración por la unidad de los suyos.

     Todos los evangelistas nos hablan en varias ocasiones de la frecuencia con la que Cristo oraba a su Padre, aquellos largos momentos que pasaba en intimidad con Dios. ¿Qué oraría? ¿Cómo sería su oración? No conocemos casi nada del dialogo de Jesús con el Padre, solamente el padrenuestro y esta oración que Juan nos comparte.

     Jesucristo ha pronunciado esta oración al Padre ante sus amigos en voz alta, haciendo la invitación de que ellos participen de ella, tanto los once que estaban con él, como los futuros seguidores del Señor. Por desgracia, hoy en día existe una crisis de oración: gente que reza poco, que no le interesa tener esta intimidad con el Padre, que prefiere pasar su tiempo en otras ocupaciones. 

     Recordemos que la oración crea comunión con Dios: la primera comunidad se entregaba a la oración con totalidad antes de emprender sus encomiendas. San Pablo era un hombre de oración, puesto que en sus escritos se logra contemplar una teología tan llena de luz, la cual surge del diálogo con el Padre. Hoy lo vemos claramente: “Sólo sé que el Espíritu Santo me anuncia lo que me aguarda”. Su oración es dirigida al Padre, en nombre del Hijo, por el poder del Espíritu Santo.

     Necesitamos orar siempre con intensidad y sin desfallecer, especialmente en los momentos de crisis, para que así podamos reafirmar y llevar a cabo la misión que se nos ha encomendado, al igual que San Pablo: “he servido al Señor con toda humildad, en medio de penas y tribulaciones… no he escatimado nada que fuera útil para anunciarles el Evangelio… lo que me importa es llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús: anunciar el Evangelio de la gracia de Dios”.

     La oración es dialogar con Dios como seres libres, como hijos suyos. Rezar es hablar con Dios. La oración puede ser individual, comunitaria, mental, vocal, espontánea… tenemos que llevar la oración a nuestra vida y la vida a nuestra oración. Tenemos que convencernos: la oración con Jesús nos es indispensables para una vida creyente fértil.

     Señor, infunde en nuestros corazones la gracia de tu Espíritu para que podamos conocerte cada vez más por medio de la oración. Que ella nos lleve a poder cumplir con entereza la misión que nos has encomendado, para así dar siempre razón de nuestra fe.





Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios

  1. Es tiempo de retomar una oración profunda al estilo de Jesús. Gracias padre, por recordarnos, la importancia y la fuerza de la oración... oraré por usted, para que siga compartiendo con nosotros el Evangelio.

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