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Amar desde la oración

Jueves de la quinta semana de Pascua
Fiesta San Matías, Apóstol 

Hch 1, 15-17. 20-26
Sal 112
Jn 15, 9-17

     La oración es una acción indispensable en la vida del creyente. Viene a convertirse en algo fundamental como discípulo del Señor. Todos tenemos un concepto sobre qué es la oración. La inmensa mayoría la cataloga como un diálogo entre Dios y los hombres.

     Los discípulos, después de que Judas los ha dejado, tienen que elegir a un nuevo miembro del colegio apostólico. Por ello se ponen en las manos del Señor, se encomiendan al Espíritu Santo. ¿Cómo lo hacen? Por medio de la oración.  El mismo Jesucristo les mostró que la oración es fundamental en su vida. Lucas nos muestra a un Jesús que oró después de la curación de un leproso (Lc 5, 12-16); este mismo Evangelista nos describe que Cristo subió al monte y se encontraba en oración, para luego poder elegir a los doce (Lc 6, 12); Juan nos muestra que Jesucristo también oraba acompañado (Jn 11, 41-42).

     Muchas veces hemos escuchado esta frase tan trillada: “no tengo tiempo para rezar”. Pero si tenemos tiempo para muchas otras cosas, ¿verdad? Nos hemos saturado tanto en nuestros propios intereses, que dejamos de lado la oración. Debemos de buscar esos espacios de diálogo con el Señor, como el mismo Cristo lo hacía. A pesar de sus jornales tan intensos, siempre buscaba la oración con su Padre. Así como podemos acomodar tiempos para ver una serie, para revisar las redes sociales, para chatear largas jornadas del día, así también tenemos que buscar espacios para estar en oración ante Dios.

     Recordemos que ser cristiano es imitar a Cristo y Jesús se daba tiempo para orar. De ese diálogo con su Padre obtenía la fortaleza, la paz, la energía para curar a todos los enfermos, el amor para atender a esas multitudes que se encontraban como ovejas sin pastor (Cfr. Mt 9, 36). Igual nosotros, para enfrentar la vida cotidiana debemos de orar, hacer un alto en nuestro día, un espacio en nuestra agenda. La oración es fuente de luz y de paz.

     Ahora, ser hombres de oración, es permanecer en el Señor, en su amor. La oración vendrá a ser un gesto de amor que hacemos para con Dios. Es por esa alabanza que podemos aceptar la voluntad del Padre, abrirnos a sus proyectos, aún cuando parece que están descabellados. ¿Qué es eso de “amarnos los unos a los otros”? ¿Qué es eso de que “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”? Todo eso lo podremos llevar a cabo desde la oración, desde el diálogo con el Señor. 

     En la oración uno se presenta tal cual es. No podemos presentarnos al Señor como alguien que no somos: “El Señor conoce los corazones de todos”. Sabe quién eres, conoce todo lo que hay en ti: tus temores, tus dudas, tus flaquezas, sabe de tus logros, de tus fortalezas. El Señor te conoce en toda la extensión de la palabra, que no duda en llamarte “amigo”: “ya no te llamo siervo; a ti te llamo mi amigo, porque te he dado todo lo de mi Padre”.

     Antes de que tú vaya a Él, Él sale a tu encuentro, como el padre amoroso en la parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15). Es en la oración donde Dios te llama, en dónde te confía tu misión, en donde te da la capacidad de dar frutos abundantes: “No eres tú el que me ha elegido, soy yo quien te ha elegido y te he destinado para que des fruto. La oración es uno de los actos más llenos de amor que podemos realizar en nuestro ser como cristianos.

     Hermanos, que nuestra vida este llena de oración, pero no cualquier oración, sino una realizada desde lo más profundo de nuestro corazón. Que en ella podamos mostrarle al Señor todo el amor que le tenemos y que sea siempre ese amor el que nos sostenga en nuestra vida. Que como San Juan Pablo II, “permitamos que el amor nos lo explique todo, dejemos que el amor lo resuelva todo”. 



Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios

  1. Definitivamente tengo que darle un lugar a la oración en mi día a día. Gracias padre José por recordarme la urgencia e importancia de estar en oración. Bendiciones.

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