Santos Felipe y Santiago, Apóstoles, Fiesta
I Co 15, 1-8
Jn 14, 6-14
El evangelista San Juan nos narra que, después de que Jesús llamó a Felipe, éste se encuentra con Natanael y le dice: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, de Nazaret”. Tras la respuesta escéptica de Natanael (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”), Felipe no desiste y replica: “ven y lo verás”. Con esa respuesta tan sencilla y clara, el apóstol nos muestra las características que debe de tener un autentico testigo: no se conforma con una teoría, sino que invita directamente a cada persona que él mismo haga su encuentro personal con el Maestro.
Felipe nos invita a conocer a Jesús de cerca, ya que, para entablar una amistad con el Señor, es necesario conocer la verdad del otro, por ello requerirá de la cercanía. Recordemos lo que escribió san Marcos tras haber hecho la elección de los doce: “eligió a doce para que estuvieran con Él” (Mc 3, 14), es decir, de que compartirán su vida y aprendieran de Él, ya que, conociéndolo, pueden anunciarlo a todos los pueblos.
Felipe y Santiago, al igual que San Pablo, quieren dejar muy en claro el encuentro que han tenido con el Señor: “Les trasmití ante todo lo que yo recibí” y al que conocí. Ellos tuvieron esa gran dicha: haberse encontrado con el Señor. Por ello, toda su predicación se basará en lo que han vivido y recibido de Él. Es cierto, necesitamos creer, pero también es fundamental vivir de acuerdo con lo que se cree, como estos apóstoles.
En la carta de Santiago, un escrito muy importante del Nuevo Testamento, se nos insiste en la necesidad de no reducir la fe a pura declaración oral, sino que nos pide manifestarla con nuestras obras. Entre otras cosas, se nos invita a ser constantes durante la prueba, con alegría, ya que así comprenderemos los valores de la vida, que no están en las riquezas, sino en compartir nuestros bienes con los más necesitados.
En el Evangelio que hemos contemplado el día de hoy, tras la afirmación de Jesús, “si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre”, el santo, ingenuamente, pide: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le responde con un tono de benévolo reproche: “¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?… Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. Estas palabras contienen una autentica revelación.
Para explicar un poco esa afirmación, podemos decir que Dios asumió un rostro humano, el de su Hijo amado, para que, ahora en delante, si queremos conocer el rostro de Dios, basta con contemplar el rostro de Jesús: en ese rostro, podemos ver quién es Dios realmente.
Hermanos, recordemos hacia dónde orientar nuestra existencia: encontrarnos con el Maestro, como le sucedió a Felipe y Santiago. Contemplemos el rostro de Jesús, que es ver al mismo Dios y que podamos dar razón de nuestra fe, no sólo de palabra, sino también de testimonio. Que nuestra amistad con el Señor sea indispensable.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Muchas gracias padre, siempre espero sus homilías. Dios lo sigua bendiciendo.
ResponderEliminarGracias por sus homilias. Dios con nosotros
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