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Sábado de la séptima semana de Pascua

Hch 28, 16-20. 30-31
Sal 10
Jn 21, 20-25



     Dios se alegra por todos los justos, a quienes ve como sus hijos amados en quien Él se complace. Pero no se olvida nunca de los pecadores, ya que no quiere que se destruyan, sino que se conviertan y vivan. Aprovechemos este tiempo de gracia para dejarnos encontrar por Dios, puesto que ha venido a rescatar y salvar lo que se había perdido.

     Nuestro seguimiento con el Señor es una consecuencia de haberlo conocido, amarlo y estar comprometidos con Él y su Buena Nueva. Por ende, no podemos encerrar esa vida que Dios nos ha comunicado, sino que tenemos que trasmitirla a todo el mundo.

     Ahora, el llamado que nos hace Jesús no supone sólo una vocación específica. Es cierto, todos somos elegidos por Él, pero el destino o la misión es diferente. Pablo nos enriquece en este asunto: "Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo" (I Co 12, 12).

     Ciertamente somos llamados a seguir los pasos del Maestro, queremos imitar su estilo de vida, su manera de ser. Pero el modo de responder a estas exigencias es diferente en cada uno de los bautizados. Un casado tiene sus propias exigencias: cuidar de su pareja, ver por el sustento de sus hijos, formar un núcleo de amor y fe en la intimidad del hogar; un sacerdote tiene que velar por el cuidado de su rebaño, prever los sacramentos, estar al servicio del prójimo; un estudiante debe de cumplir con sus obligaciones de entregar tareas, trabajos, prepararse para sus exámenes. 

     Este llamado que Cristo nos hace nos recuerda que también estamos llamados a vivir en la intimidad del amigo, ya que no sólo buscamos anunciar alguna filosofía y teología del Señor, sino la experiencia que se ha tenido con el Resucitado, con el Amor encarnado. Sólo el que ha experimentado en lo más profundo de su corazón el amor de Dios, es capaz de anunciarlo y darlo a conocer a los demás: “"No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4, 20). 

     Que el Señor nos conceda la gracia de ser leales a la misión que se nos ha confiado, que derrame su Espíritu Santo sobre nosotros para que Él mismo nos conduzca en nuestro peregrinar aquí en la tierra, sin perder de vista la salvación y la vida eterna.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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