San Pedro y San Pablo
Hch 12, 1-11
Sal 33
II Tim 4, 6-8. 17-18
Mt 16, 13-19
Al celebrar esta solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, columnas de la Iglesia. Podemos fijar nuestra mirada en la fidelidad a Jesucristo. Ellos entregaron su vida a la misión que Jesús les había confiado: predicar el Evangelio por todas partes. Aunque los dos tenían diferentes caracteres, los dos buscaron identificarse con el Señor.
Estos Apóstoles, habiendo conocido y experimentado el inalcanzable poder y majestuosidad del Maestro, se mantienen firmes al Señor, se abandonan a sus palabras, puesto que saben quién es Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna”.
Cuando parece que se ha perdido el sentido de los milagros, cuando se ha negado al Maestros, cuando huye y deja a Jesús sólo en su Crucifixión, cuando no es escuchado en el Areópago, cuando les esperan cárceles y tribulaciones, estos Apóstoles confían en el Señor. Las palabras de Jesucristo tienen mucha fuerza para que ellos no se queden en sus propias ideas.
Los dos Apóstoles, tras su encuentro con el Señor, buscarán entregar su vida entera al Maestro. El mismo San Pablo lo dirá en una de sus cartas: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Ga 2, 20). Por eso, estos Apóstoles han forjado en su interior los mismos sentimientos de Cristo. Lo único que vale para ellos es ser como su Señor, mostrar el rostro de Jesús a todos los hombres.
Debemos de ser obedientes a la voz del Señor que nos está llamando. Decir como estos dos grandes Apóstoles: “Hágase tu voluntad”. Que Dios nos conceda la gracia de poder renunciar a lo que yo quiero y abrirme a lo que Él me pide. El hombre más feliz y pleno es aquel en quien se cumple mejor la voluntad de nuestro Señor.
Hoy es un buen día para pedir por nuestra Iglesia, de sentirnos parte de ella, de agradecer a Dios todo lo que nos ha dado. Es un día de examinar nuestra conciencia: pidámosle que vaya eliminando constantemente de nosotros todo sentimiento pecaminoso.
Pedro y Pablo son dos modelos en los que debemos de poner nuestra mirada constantemente: ambos tuvieron momentos de infidelidad al Señor, pero los dos rectificaron el camino entregándose totalmente a Él; lo hicieron visible a todo el pueblo al que se dirigían. Lo que a los ojos de Dios cuenta, es que nos reconozcamos débiles, pecadores y volvamos a Él de todo corazón, para que así podamos cumplir con lo que se nos ha confiado.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Pedro y San Pablo, que nos conceda la gracia de poder responderle siempre fielmente y en obediencia a su palabra podamos dar frutos de amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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