Lunes de la X semana Tiempo Ordinario
I Re 17, 1-6
Sal 120
Mt 5, 1-12
El evangelio que hoy hemos meditado nos hace trasladarnos a los inicios de la predicación del Maestro. Jesús, en la cumbre del monte, rodeado de sus discípulos y una gran multitud que lo sigue, predica los principios fundamentales del evangelio de su Reino.
Jesús no sólo busca dar un discurso lleno de moralidad, sino más bien va a la cuestión catequética de educar en la doctrina de la fe. Por ello, lo que Jesucristo anuncia es su Reino como un camino de felicidad.
Nos encontramos con un Jesús que se nos manifiesta como la Palabra Eterna del Padre, que nos conduce por el camino del bien. Lo primero que nos pide es sentirnos necesitados de Dios, tener plena confianza en Él. Quiere que experimentemos su amor y, a partir de su misericordia, nos convirtamos en un signo para el hermano, de tal forma que los consolemos en sus tristezas.
Ante la persecución, las maldiciones que podamos recibir del mundo, es necesario llenarnos de gozo en el Señor, puesto que sabemos que no buscamos ser gratos a los ojos del hombre, sino que buscamos hacer lo correcto al mismo Dios.
En esta catequesis del Señor, las bienaventuranzas deben convertirse en la encarnación de la misma Palabra amorosa y misericordiosa de Dios en medio de nuestra vida. Por eso, desprotegidos de todo, nos hemos de abandonar confiadamente en Dios, dispuesto a hacer y cumplir su voluntad con amor, pues el plan de salvación del Señor está por encima de cualquier proyecto humano.
Las bienaventuranzas contienen la carta de identidad del cristiano, ya que dibujan en nosotros el rostro de Jesús, el estilo que Él vivió. Si en realidad amaramos al Señor, si lo vemos con los ojos del corazón, trabajaríamos arduamente por construir su Reino, sin importar el por que se nos persiga, la razón por la que seamos calumniados.
Ante las inconformidades de los demás, de sus duras criticas o de sus falsos testimonios, debemos de alegrarnos, pues estamos seguros de que estamos cumpliendo con la tarea que Dios nos ha encomendado. Por ende, nuestra recompensa será grande en el cielo.
Que estas enseñanzas del Señor, en las bienaventuranzas, nos mueva siempre a buscar la felicidad en Dios y no en las cosas, con un esfuerzo constante por lograr la paz, la pureza, la humildad, la mansedumbre y la justicia del corazón, ya que así descubrimos la meta de nuestra existencia: el Reino de los Cielos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Que las palabras del Señor, nos den la fuerza necesaria para este tiempo de dificultad, y como usted dice, padre Gerardo, que sepamos ser un signo para el hermano. Gracias padre, Dios lo siga llenando de bendiciones en su ministerio.
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