Jueves de la XII semana Tiempo Ordinario
II Re 24, 8-17
Sal 78
Mt 7, 21-29
Una canción dice: “no siempre las cosas son como debieran ser; no siempre se puede tener la razón” (Pobre soñador). En la vida del hombre, no todas sus acciones terminan bien. En ocasiones existen fracasos y derrotas. Cuando estas suceden, nos dejan una experiencia, la cual nos debe de impulsar a ser mejores.
En ocasiones, la ruina de una persona o de una nación, se debe a los fallos cometidos que, al principio era insignificante, pero hubo un descuido y fue creciendo. La ruina de la comunidad se da de muchas maneras: por cuestiones económicas o políticas, en ocasiones de abandona a Dios y la práctica religiosa, o tal vez por cuestiones personales.
Aprender de estas fallas, nos viene muy bien, ya que nos hace más humildes. Nos lleva a reconocer el papel y protagonismo que Dios tiene en nuestra vida. Lo hemos escuchado en el Salmo de hoy. Además del lamento por la desgracia del pueblo, se da la oración al reconocerse culpable ante Dios, invocando su protección: “¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar siempre enojado?... líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre” (Sal 79).
Dios sabe sacar bien, incluso en los aspectos malos: Él nos quiere purificar; nos hace reaccionar en lo que hemos fallado; nos ayuda a aprender las lecciones de la vida para no volver a caer en las mismas fallas.
A lo largo de nuestra vida, hemos escuchado muchas veces la palabra de Dios. Pero no sólo basta con eso. Si las ponemos por obra en nuestra vida, estaremos construyendo sólidamente nuestra persona, nuestra comunidad.
Jesús nos advierte que si no se dan frutos prácticos, de nada nos valdrá lo que hemos hecho en su nombre: el haber dicho cosas bonitas o rezado muy elevadamente. Somos nosotros los que vamos cavando nuestra propia tumba cuando construimos sobre arena. Por ejemplo: si en mi juventud elijo edificar mi casa como yo quiero, descuido mi salud, no doy razón de mi fe, no soy un hombre con valores humanos, dejo de estudiar, caigo en los vicios. Al principio pensará que es feliz, pero él mismo está condenando su futuro: se está arriesgando a que su casa, construida sobre arena, se venga abajo.
¿Sobre qué estamos construyendo nuestra vida: sobre roca o sobre arena? Pidámosle al Señor que venga en nuestro auxilio: que nos de la capacidad de poder aprender de nuestros fracasos-fallos para poder así edificar nuestra vida en la piedra solida de la verdad: Jesucristo nuestro Salvador.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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