Lunes de la IX semana Tiempo Ordinario
II P 1, 1-7
Sal 90
Mc 12, 1-12
A Jesús le gusta enseñar de muchas maneras. Una de ellas es por medio de parábolas. Recordemos que las parábolas son comparaciones entre dos realidades: la divina y la humana. Para poder comprender las cosas de Dios que no conocemos, el Maestro las compara con aquellas realidades que sí conocemos.
Esto nos debe de llevar a nosotros a adecuar nuestra manera de evangelizar. Muchas veces partimos de un punto en el cual creemos que la otra persona ya se encuentra. Así como Jesús, tenemos que aprender a utilizar todos los medios que están a nuestro alcance, utilizar ejemplos-comparaciones para trasmitir el mensaje que deseamos trasmitir.
Ahora, por otra parte, nos encontramos con estos viñadores, a los que se les ha confiado una viña. Al momento de que el dueño de la viña manda a pedir lo suyo, ellos reaccionan de una manera violenta: en lugar de cumplir con el contrato y entregar la parte que le correspondía al dueño, se encolerizan contra aquellos que han sido enviados a cumplir con su trabajo. Eso sucede cuando nosotros no le damos lo que le corresponde a Dios, que optamos por darle la espalda y quedarnos con lo que no nos pertenece. Una vida que no está constantemente en sintonía de darle a Dios lo que es de Él, es una vida llena de egoísmo, cerrazón, individualismo.
También contemplemos la conducta paralela de los viñadores con la del amo: los viñadores seguían rechazando dar lo que no era de ellos; el amo insistía en solicitar lo que era de él; los viñadores se llenaron de maldad, el amo tenía paciencia. Tenemos que aprender a ser como ese dueño de la viña (que es Dios). Basta ya de mirar sólo para nosotros, es tiempo de mirar con los ojos del amor, del perdón, del compartir con los otros lo que Dios ha puesto en mi vida. Es momento de vivir en santidad.
Nos resulta muy común escuchar: “yo no puedo ser santo” o “sólo los más cercanos a Dios pueden ser santos”. Esto no es del todo cierto. El apóstol Pedro deja muy claro en su epístola que absolutamente todos estamos llamados a ser santos: “Dios nos ha otorgado todo lo necesario para llevar una vida de santidad”. De manera que no podemos poner excusas, ya que lo tenemos todo para alcanzar la santidad de vida. Tenemos que caer en la cuenta de lo que esto significa, ya que así podremos lanzarnos a vivir santamente desde la óptica del Evangelio.
No dejemos que la envidia y el egoísmo cieguen nuestros ojos y nos hagan desviarnos de nuestro camino de santidad. No nos dejemos dominar por el coraje o rivalidad. Que el Espíritu de Dios, el cual habita en nosotros, nos lleve siempre a anhelar y añorar ser santos, como nuestro Padre Dios es Santo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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