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Llamados a la vida

Miércoles de la IX semana Tiempo Ordinario 

II Tim 1, 1-3. 6-12
Sal 122
Mc 12, 18-27



     Dios, al llamar a Pablo y confiarle una misión, no sólo lo ha instituido un heraldo de la Buena Nueva, sino un maestro de enseñanza. Es el Evangelio de Cristo que fortalece al Apóstol y, a su vez, a todos aquellos que están dispuestos a entregar su vida por el Señor. Lo que Dios ha puesto en el corazón de Pablo, ahora él lo confía a Timoteo, para que pueda dar testimonio de Dios. 

     De igual modo sucede en la vida del creyente: como Timoteo, ya no podemos actuar con temor, puesto que Dios estará siempre con nosotros. Si sufrimos en carne la persecución u otro tipo de adversidad, se estará manifestando que seguimos el camino de Dios y que somos fieles a la misión que nos ha confiado. Vivamos con lealtad y confianza en el Señor, ya que Él nos confía su Evangelio para poder llevarlo al mundo para su salvación.

     Una vez que hayamos cumplido nuestras encomiendas, de proclamar su Buena Nueva, no sólo de palabras, sino con la misma vida, llenos de esperanza, contemplaremos el premio que nos ha prometido a quienes vivimos fieles a Él: la vida eterna. Que esta esperanza, que no defrauda, nos mantenga firmes en nuestro trabajo, seguros de que nuestro Dios nunca defrauda.

     Ahora bien, si después de esta vida no hay vida eterna junto a Dios, ¿qué sentido tiene sacrificarlo todo por Él y los demás? ¿No será mejor pensar sólo en nosotros y disfrutar de la vida antes de que se nos acabe todo y quedemos reducidos a la nada? Es la fe la que nos garantiza que gozaremos de Él, de una vida que no se acaba. 

     Es cierto, no podemos entender como es ese misterio, ni que significa tener un cuerpo glorificado como el de Dios. Sin embargo, le creemos a Jesús, en su palabra y que le dará pleno cumplimiento, ya que nuestra existencia perdurará para siempre, pues nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Que el Señor nos conceda la gracia para seguir trabajando constantemente por su Reino, con la esperanza de participar algún día de la vida eterna. 





Pbro. José Gerardo Moya Soto 

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