Sábado de la X semana tiempo ordinario
I Re 19, 19-21
Sal 15
Mt 5, 33-37
De la manera que sea, utilizando signos extraordinarios u ordinarios, Dios llama a los que quiere para que estén con Él y así poder enviarlos a ser predicadores de su Palabra. Pero ese llamado exige una respuesta, una respuesta que tiene que ser libre, sin que nada nos impida poder llevar a cabo la misión que Él nos ha confiado.
Si en el hombre hay determinación, confianza en el Espíritu de Dios, podremos estar dispuestos a imprimir en nuestro ser la imagen de Cristo, dejarnos conducir por Él y prestar totalmente nuestra vida al servicio del Evangelio.
Ahora bien, aunque el Señor nos haya elegido para ir a predicar la Buena Nueva de salvación, debemos de aprender que no somos los únicos en esta ardua tarea de evangelización. Hay que aceptar y aprender a colaborar con los demás miembros de la Iglesia, ya que ellos también han recibido la gracia de difundir el Evangelio.
Ahora bien, si sabemos que estamos en las manos de Dios, por automático Él se convierte en nuestro refugio y ahí nos instruirá para que demos testimonio de Él: “Llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él” (Mc 3, 13). Alegrémonos porque el Señor esta con nosotros, es la parte que nos ha tocado en herencia: nosotros somos del Señor y Él es nuestro Dios y Señor.
Es cierto que hemos sido llamados a predicar el Evangelio, que nos hemos comprometido con Él, pero antes de anunciarlo, tenemos que aprender a vivirlo. No podemos vivir como funcionarios del Evangelio, como fariseos: cuando doy un tema, alguna charla o incluso una catequesis lo hago de una manera espléndida, con un basto conocimiento de la escritura, pero al terminar esa reflexión se me olvida todo lo que anuncie.
El Señor nos pide que seamos leales, que ese “sí” que demos sea firme y que nos lleve a comprometernos con Él. Aquellos que nos traten deben de ver plasmado en nuestra vida la misma vida de Cristo. Por ello, el que ha sido elegido por Dios, por medio de su persona va proclamando el mensaje de salvación que Dios le ha confiado.
San Francisco era amante de este método. Cuentan que el santo invitaba a los frailes de su comunidad a ir de misiones a las regiones circunvecinas de Asís para predicar el Evangelio. Durante el recorrido no decían ni un solo sermón o exhortación. Terminada la travesía, de regreso al monasterio le preguntaron: ¿por qué no hemos anunciado nada? A lo que él les respondió: Claro que dijimos mucho. Nuestra manera de obrar y de vivir, fue nuestra predicación. Ya cuando no funcione eso, ahora si puedes emplear las palabras para evangelizar.
Hermanos, llegar ante el Señor y ser testigos de su Evangelio nos compromete a vivir conforme el ejemplo que nos ha dejado. Dios nos hace entrar en comunión con la propia vida de su Hijo, de tal manera que debemos de revestirnos de Cristo y así podamos ser un Evangelio viviente para los que nos rodean. Que el Señor nos conceda la gracia de ser heraldos vivos de su Evangelio y dar con nuestro testimonio ejemplo de lo que predicamos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Gracias padre por compartir. Nos llena de luz y seguir fraguando nuestro si al seguimiento de jesus. Con fidelidad.
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