Domingo XII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Jr 20, 10-13
Sal 68
Rom 5, 12-15
Mt 10, 26-33
El Señor no quiere engañar a sus discípulos y crear en ellos falsas expectativas. Jesús sabe que aquellos que quieran seguirlo compartirán su misma suerte. En algún momento de nuestra vida alguien nos rechazará, maltratará, nos dará la espalda, traicionará, etc. Pero ¿qué hay que hacer al respecto? Jesucristo nos da la solución: “No les tengan miedo”
El Señor invita a sus discípulos a no tener miedo, pues sabe que el temor lo único que hará en ellos es paralizarlos, no les permitirá anunciar la Buena Nueva, los obstaculizar para llevar a cabo la misión que les ha encomendado.
El Maestro desea formar un grupo de seguidores, dispuestos a presentarse en esta sociedad sin temor, sin miedo. Por eso es que Jesús se ha dedicado a liberar a la gente de sus congojas (liberarlas del miedo). A Cristo le entristecía ver a un pueblo aterrorizado por el imperio Romano, a fieles amenazados por los maestros de la ley, a una comunidad distanciada de Dios por temor de su ira.
Del corazón del Señor, sólo podría brotar un deseo: “no tengan miedo”. Estas palabras que tanto decía Jesús en su tiempo, en nuestro tiempo se deben de repetir: no tengas miedo al que dirán; no tengas miedo al fracaso; no tengas miedo a la pandemia; no tengas miedo a las adversidades; no tengas miedo…
El miedo muchas veces se apoderará de nuestros corazones, haciendo crecer la desconfianza y la inseguridad en mi interior. Este temor es uno de los problemas centrales del ser humano, y solo nos podemos liberar de él arraigando nuestra vida en Dios, el cual sólo busca el bien de todos sus hijos.
Por eso, la respuesta o solución al temor la vamos a encontrar con la confianza en el Señor. Estoy convencido de que la experiencia de Dios, tal como nos la ofrece Jesucristo, infundirá una paz en nuestro corazón.
Probablemente es tiempo de detenernos a contemplar a Dios desde el amor. Todo lo que brota de Él es amor. Aunque yo me aparte de Él (por temor o cualquier otra realidad pecaminosa) y olvidara su amor, Dios nunca dejaría de amarme.
Dios nos ama tal cual somos. Nos tiene un amor incondicional. No tengo que ganarme su amor; no tengo que conquistarlo con piropos o chantajes; no tengo que ser mejor para ser amado por Él. Más bien, sabiendo cuánto me ama, puedo cambiar, crecer en mi fe, romper las cadenas del miedo y predicar con valentía.
Hay algo que no tenemos que olvidar: nunca estaremos solos. Todos “vivimos, nos movemos y existimos” en Dios. Él será siempre una presencia comprensiva y exigente que necesita mi vida, esa mano fuerte que me sostiene en la fragilidad, esa luz que ilumina mi camino. Comencemos a quitar el miedo de nuestro corazón confiando plenamente en Dios.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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