Solemnidad El Cuerpo y la Sangre de Cristo
Deu 8, 2-3. 14-16
Sal 147
I Co 10, 16-17
Jn 6, 51-58
El Señor, a lo largo de la Historia de Salvación, ha sido cercano a la humanidad y a buscado saciarlo en todos los aspectos. Ejemplo claro lo podemos observar en la liberación del pueblo de Israel al romper las ataduras de la esclavitud en el país de Egipto: Dios acompañó el pueblo durante las plagas, lo cuido de todas ellas; el Señor abrió el Mar Rojo para que el pueblo pasará por en medio de él y quedará liberado; fue el mismo Dios que lo cuidaba del frío y del calor, al acompañarlo en forma de columna de fuego y de nube.
Es este Dios que alimenta al pueblo con el maná durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto. Una vez que el pueblo de Israel se establece en la tierra prometida, corrió el riesgo de olvidarse del Señor, de todos los acontecimientos que habían presenciado. Por ello se les invitó a hacer memoria: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer”. Esta invitación es actual en nuestros días, ya que el Señor nos invita a volver a lo esencial, a la experiencia de total dependencia que tenemos con Él. Dios quería darnos a entender que “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”.
El hombre no sólo experimenta un hambre física, que puede ser saciada con el alimento ordinario. El hombre está hambriento de vida, de amor, de lo eterno. Por ello, Jesús nos da este alimento, es más, se da Él mismo como el “pan vivo que da la vida al mundo”.
El Cuerpo de Cristo es el verdadero alimento bajo la apariencia de pan; su Sangre es verdadera bebida bajo la apariencia de vino. No es un simple alimento que busca saciar el hambre corporal, como el maná, sino que va más allá; el Cuerpo de Cristo es el pan capaz de dar la vida eterna, ya que su esencia es la del Amor.
En la Eucaristía, fuente y culmen de la vida del cristiano, se comunica el amor del Señor por toda la humanidad. Un amor tan grande que nos nutre de sí mismo. Vivir esta experiencia de fe, significará dejarse alimentar por el Señor, construir nuestra vida no sólo en los bienes materiales, sino los espirituales.
Dios nos invita a tener memoria. Él nos dice: “Te he alimentado con el maná que tú no conocías”. Recuperemos la memoria que hemos perdido por satisfacernos de otros manjares. Esta es una tarea que tenemos que llevar a cabo. Aprendamos a reconocer el pan falso, que nos está engañando, que nos corrompe; identifiquemos aquel pan bajado del cielo que busca alimentar todo mi ser como persona.
En estos tiempos difíciles, donde muchos católicos no pueden recibir el pan bajado del cielo, los invito a ponernos en las manos del Señor. Pidámosle que nos dé la fortaleza desde la comunión espiritual, para que una vez pasada la pandemia, podamos recibirlo sacramentalmente y así seguir dando siempre razón de nuestra fe.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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