Viernes de la XII semana Tiempo Ordinario
II Re 25, 1-12
Sal 136
Mt 8, 1-4
En nuestra historia personal hay días que transcurren totalmente negros, que las cosas no resultan como uno desea. Podríamos comparar esos capítulos oscuros con la imagen del pueblo de Israel que encontramos en la primera lectura.
Aunque aún no es fin del Reino de Judá (pero si está ya muy cercano), nos percatamos por todo lo que han pasado: el templo destruido, un pueblo desolado, la fe se ha perdido, las promesas a Dios se han roto, etc. Un claro reflejo de la Iglesia actual: una Iglesia que se debilita, las vocaciones comienzan a escasear en todo el mundo, una sociedad alejada de Dios, familias que se destruyen, etc.
Nos percatamos que la culpa es nuestra. Así como le sucedió al pueblo de Israel, que no hicieron caso a los profetas (especialmente a Jeremías en ese tiempo), así nos sucede a nosotros, que preferimos apoyarnos o sostenernos con lo que el mundo nos ofrece. No nos hemos percatado que lo mejor que debemos de hacer es volver al camino de la Alianza que Dios ha trazado con nosotros. Solo volviendo nuestro corazón a Dios encontraremos la paz, la tranquilidad, la salvación.
A la fidelidad de Dios debemos de responder con nuestra propia fidelidad, cambiando y corrigiendo los desvíos que puedan presentarse a lo largo de mi camino.
Es cierto, muchas veces nos gana la debilidad humana. Por eso, necesitamos de la ayuda de Dios. La oración que realizamos, confiada y sencilla como la del leproso, se encuentra con la mirada de Jesús, con el deseo de salvarnos. No es que sólo tomemos la iniciativa de salir a Él, sino que Él quiere curar y salvarnos a todos.
Hoy Jesús nos sigue tocando por medio de los sacramentos: nos incorpora a la vida por medio del Bautismo; nos alimenta con su Cuerpo y Sangre por medio de la Eucaristía; nos da el perdón de los pecados por medio de la Reconciliación…
Hermanos, no tengamos miedo de acercarnos a Jesús como lo hizo ese leproso. Tengamos la certeza y confianza de poderle decir: “Señor, si quiere, puedes limpiarme”. No dudará en decirte, como aquel leproso: “Sí, quiero, queda curado”. Hagamos la prueba y veamos que bueno es el Señor para con todos aquellos que se acercan con sincero corazón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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