Martes de la IX semana Tiempo Ordinario
II P 3, 12-15
Sal 89
Mc 12, 13-17
Qué triste resulta esta actitud de los fariseos y herodianos. No se acercan para conocer a Jesús, para aprender de Él; se acercan con una mala intención. Quieren ponerle una trampa para poder acusarlo o desprestigiarlo. ¿Cómo es nuestra actitud al acercarnos al Maestro? ¿No será que nos acercamos a Dios sólo por conveniencia o sacar provecho de nuestro ser como creyentes?
A pesar de que estos hombres buscan condenar a Jesús, dicen algo cierto: eres veraz. Ahora la pregunta será: Si saben que Jesús es veraz: ¿Por qué no les importa a ellos la verdad? ¿Por qué no buscan ser hijos de la verdad? Alaban de Jesús que no discrimina o se queda en las apariencias. Qué incongruencia de estos fariseos y herodianos, alaban sus cualidades, pero ellos no son así.
En la vida siempre habrá personas que nos alaben, hablen bien de nosotros, nos enaltezcan, pero, en el fondo, ¿están siendo honestos? Debemos de tener cuidado de no creernos todo lo que nos se dice de nosotros. Ciertamente cuando uno está en el camino de Dios, no necesita ser alabado, puesto que en su corazón sabe que hace lo correcto. Otras veces, se nos alaba para que nos gane la soberbia y así caer en la trampa del maligno.
Por otro lado, nos encontramos con que en varias ocasiones somos nosotros los que ponemos esas trampas, esos obstáculos al prójimo. Pero ¿por qué hacemos eso? No seamos como esos fariseos, sino más bien, seamos semejantes al Maestro.
Ahora bien, ¿por qué buscamos tentar o ponerle pruebas a Jesús? ¿Por qué buscamos respuestas a nuestro gusto o conveniencia? Muchas veces interrogamos sobre: ¿es pecado o no es pecado hacer tal cosa? ¿Por qué la Iglesia no aprueba el aborto? ¿Se puede comulgar o no si no pude ir a misa? ¿Qué debo de hacer, el bien o el mal? Jesús es muy tajante en su respuesta: “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Con Dios no se puede negociar, hay que darle siempre lo que es de Él. No nos confundamos pensando que hay que entregarnos al mundo, consagrar nuestro amor a las riquezas, serle fiel a la vida disoluta. San Pablo dice: “Ya sea que estemos vivos o hayamos muerto, somos del Señor” (Cfr. Rom 14, 7-9). Por lo tanto, toda nuestra existencia le corresponde a Dios.
Por ello, hermanos, “Vivamos en guardia para no ser arrastrados en el error de los malvados… crezcamos en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador”. Entreguémosle a Dios lo que es de Él y confiemos plenamente en su Palabra, no como palabra humana, sino como Palabra Divina.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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