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Un Amor hecho corazón

El Sagrado Corazón de Jesús 


Deu 7, 6-11

Sal 102

I Jn 4, 7-16

Mt 11, 25-30



    Qué maravilloso es saber que Dios se a unido a nosotros, que nos ha elegido. Este vínculo no es temporal, es para siempre, no tanto porque nosotros seamos los fieles, sino porque el Señor es fiel y soporta todas nuestras infidelidades.


    El Señor no tiene miedo de relacionarse con su pueblo, puesto que su amor es eterno: por amor sella una alianza con nuestro Padre Abraham, con Isaac, con Jacob… Dios quiere vincularse con todos los hombres porque los quiere liberar de sus penas, de sus fatigas, de sus dolores, etc. Sin duda alguna, “el amor del Señor es para siempre”.


    Desgraciadamente el hombre no es constante en su amor por Dios, en su fidelidad diría el salmo: “Desaparece la lealtad entre los hombres” (Sal 12, 2). En la actualidad, la fidelidad es un valor que se encuentra en crisis, ya que exige actualizarse, busca ser siempre novedosa. El mundo nos ofrece constantemente renovarnos en todo: en la ropa, en la tecnología, en la manera de ser, etc. La fidelidad de los hombres tiene que buscar una nueva manera de responder al amor y llamado que Dios nos hace. Si nuestra fidelidad no tiene raíces en Dios, en el amor, en el perdón, la sociedad no avanzará, se quedará estancada.


    La manera de experimentar el amor de Dios por su humanidad está en la persona de su Hijo Jesucristo, el cual se ha despojado de toda su gloria para asumir nuestra propia naturaleza. Por amor no se rinde ante nuestra indiferencia y rechazo. San Pablo nos lo recuerda: “Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede contradecirse” (II Tim 2, 13). Jesús siempre es fiel: aunque el hombre lo traicione, lo abandone, lo niegue, lo rechace, Él nos espera siempre para perdonarnos, para mostrarnos su amor incondicional.


    En este amor, en esta fidelidad de Jesús por los hombres, se muestra la humildad de su corazón. Dios no quiso conquistar al hombre como un Rey poderoso, aplastándolo o sometiéndolo a su poder, sino más bien le ha ofrecido su amor: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.


    Ese es el sentido de la fiesta que hoy celebramos: descubrir día a día el amor de Dios por nosotros, desde lo sencillo, los humilde. Por ende, podemos experimentar ese amor en toda nuestra vida: en los momentos de alegría o de tristeza, en tiempo de salud o enfermedad, en tiempo de paz o de guerra, en momentos de tranquilidad como de adversidad, etc.


    Permanecer fieles en Dios nos enseñará acoger la vida con amor y nos permitirá testimoniar ese amor a los hermanos por medio del servicio y de la entrega. Cada uno de nosotros estamos llamados a mostrar y manifestar el amor del Corazón de Cristo a todos los que nos rodean.


    Que podamos contemplar la fidelidad de Dios: cada gesto, cada palabra de Jesús que refleja el amor misericordioso del Padre. Que podamos decirle al Señor: haz, Señor, que mi corazón sea cada vez más semejante al tuyo, pleno en amor y fidelidad.






Pbro. José Gerardo Moya Soto

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