Sábado de la XII semana Tiempo Ordinario
Lm 2, 2. 10-14. 18-19
Sal 73
Mt 8, 5-17
A lo largo de la vida, tenemos que levantar nuestras manos hacia el Señor y pronunciar su nombre. También es importante reconocernos débiles y pecadores. Tenemos que lamentarnos de las infidelidades ocasionadas al Señor.
Cuando se interpreta la historia personal de dolor, nos volvemos más humildes. De esa manera, acudimos al Señor con más confianza, ya que es el único que puede otorgarnos la sanación, la salvación que anhela el corazón del hombre.
En la oración cotidiana de nuestra vida, podemos reconocer nuestras debilidades y reconocer la grandeza de Dios para proporcionarnos su perdón. Es la fe la que nos impulsa y abre camino para experimentar la cercanía del Señor. Este Dios que no quiere juzgar o condenar, sino perdonar y salvar.
En el Evangelio nos encontramos a un Jesús que continúa haciéndose cercano y solidario a las problemáticas de los hombres; a las dolencias de los enfermos, al sufrimiento de los débiles, a la preocupación de un pueblo que caminaba en tinieblas. Es aquí donde tendrá cabal cumplimiento lo anunciado por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”.
Jesús quiere curarnos a todos de nuestras enfermedades, de nuestros males. ¿De qué estás enfermo? ¿Cuál es tu malestar o dolencia? ¿Qué quieres presentarle al Señor para que Él te sane y libere de tus congojas? Jesús quiere tomarnos de la mano, cobijar nuestro corazón, sanar todas nuestras dolencias. Por eso, levantemos nuestra oración al Señor, confiados en que siempre será escuchada.
La fe abre las puertas que nos conducen a Dios y a la cercanía de su Hijo amado. Sin la fe es imposible el poder descubrir al Señor en el interior del hombre. Cristo, con sus milagros (con su intervención en nuestra vida), sana a la humanidad desde dentro de la persona: quita las barreras de la marginación, de la exclusión, del abandono que no le permite acercarse a Dios.
El milagro de los milagros es la mirada de Dios a la humanidad que busca la liberación de todos sus hijos muy amados. Dejémonos mirar por el Señor, que bien sabe cuales son las dolencias que alberga el corazón: que Él nos rescate y sane de todos nuestros sufrimientos y nos devuelva la paz que tanto desea el corazón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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