Domingo XV Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 55, 10-11
Sal 64
Rom 8, 18-23
Mt 13, 1-23
Jesucristo, cuando enseñaba y predicaba su mensaje, empleaba un lenguaje simple y recurría a ejemplos de la vida cotidiana para que fuera fácil la comprensión de sus palabras. Por esa razón, a la gente le encantaba escucharlo y apreciaban el mensaje de Jesús, porque llegaba directo al corazón. No utilizaba un lenguaje sofisticado como el que usaban los doctores de la ley.
De esta manera, empleando este lenguaje sencillo, Jesús hacía entender el misterio del Reino de Dios, ya que no era una enseñanza complicada. Ejemplo claro de esto, lo podemos ver en el Evangelio que hemos reflexionado: la parábola del sembrador.
Como sabemos, el sembrador es Jesús. En la parábola podemos vislumbrar un Jesús que no se impone, sino que se propone; no atrae por conquista, sino que se dona: echa la semilla. Él va esparciendo con paciencia y generosidad su Palabra, para que esta dé frutos. Y ¿cómo puede dar fruto esta Palabra? Si nosotros la acogemos de corazón.
Es por esta razón que la parábola va más a nosotros: se habla más del terreno que del sembrador. Jesús nos muestra un bosquejo de nuestro corazón, que es el terreno en donde será depositada la semilla de su Palabra.
Nuestro corazón, como algún terreno, puede ser bueno y así ser trabajado para que dé fruto. Pero también puede ser duro, impenetrable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra de Dios, pero nos es indiferente, no nos interesa para nada. Precisamente como una calle: no entra la semilla en ella. Jesús nos muestra otros dos terrenos intermedios, que en distinta medida puede haber en nosotros: el de piedra y el de espinos.
En el terreno pedregoso, nos damos cuenta de que no hay mucha tierra. La semilla logra germinar, pero no puede echar raíces profundas. Es una imagen del corazón superficial: quiere acoger al Señor, pero no persevera, se cansa. Es un corazón sin profundidad, donde la pereza prevalece sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero: es un corazón que acoge al Señor solo cuando le apetece.
¿Qué representa el terreno espinoso? La preocupación del mundo y sus seducciones. Son aquellos vicios que se pelean con Dios, que asfixian su presencia en nuestra vida: los vicios del dinero, del poder, del placer, etc. Cada uno de nosotros puede reconocer esas zarzas, esos vicios que no nos permiten tener el corazón inclinado a la Palabra de Dios. hay que quitarlos o la semilla no germinará, no habrá frutos.
Jesús nos invita a hacer una introspección: ¿qué hay dentro de mí? Debemos de dar gracias a Dios por el terreno bueno de nuestro corazón y seguir trabajando sobre aquellos terrenos que aún no son buenos en mi vida. ¿Estamos abiertos a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios? Quitemos aquellas piedras de la pereza que no permiten a la semilla germinar la tierra; arranquemos aquellos espinos de los vicios, que van sofocando el deseo de Dios en nuestra vida. Encontremos el valor de hacer una recuperación de nuestro corazón, ofreciéndolo al Señor como tierra fértil, que busca dar frutos abundantes.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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