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Dios está siempre con nosotros

Martes de la  XVII semana Tiempo Ordinario


Jr 14, 17-22

Sal 78

Mt 13, 36-43



    El texto del profeta Jeremías que hemos reflexionado el día de hoy, nos hace situarnos en algún momento de nuestro vivir que hemos o estamos pasando. Esos momentos en que parece que todo está perdido, que sucede lo que no deseamos, en donde los deseos o anhelos del corazón no son alcanzados. 


    Es un tiempo de gracia, en dónde reconocemos que sólo con la ayuda de Dios vamos a salir de esta situación complicada. Claro ejemplo será lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia al ver que el numero de infectados va en aumento.


    Como le sucedió al pueblo de Israel, nos puede suceder a nosotros: pensamos que Dios nos ha abandonado, que nos ha dejado solos. Pero ¿qué hacer ante esta situación? La tentación nos puede llevar a buscar y emplear salidas fáciles: recurrir a los ídolos, fiarnos a falsos dioses, caer en la desesperanza, etc.


    Es el mismo texto el que nos irá mostrando el camino a seguir: en este pasaje podemos vislumbrar el poder de Dios y retornar nuestra confianza en Él, sabiendo que solo Él nos puede salvar. Sabernos y sentirnos necesitados de Dios es un acto de fe esencial en la vida del creyente, que no solo tiene lugar cuando las cosas están mal, sino que se debe de dar en cada momento de nuestro vivir.


    En todo momento es bueno recurrir a Dios, no solo cuando las cosas andan mal. Nuestra vida debe de ser un continuo abandono al Señor, sabiendo que Él es el único que puede restaurar la tempestad que hay en mi corazón, que sólo Él puede darnos la paz y tranquilidad que tanto anhelamos.


    Es tan grande el poder de Dios, que nos invita a darle tiempo al tiempo para la restauración de nuestra vida como hijos suyos. Claro ejemplo lo vemos en el Evangelio. Estos hombres quieren cortar la cizaña una vez que la identifican. Pero el Señor les pide que esperen, habrá un momento concreto para hacerlo.


    Jesucristo nos invita a que no seamos nosotros los que arranquemos la mala hierba, puesto que podríamos arrancar junto a ella la buena semilla. Esa tarea hay que dejársela a Dios. En la vida del hombre, por su condición humana, convive el trigo y la cizaña, la buena semilla con la mala. Es una realidad latente: no aceptarlo sería un autoengaño.


    Nuestro Dios es paciente y compasivo. Su paciencia llega hasta el final de los tiempos. Él estará esperando que suceda lo que a nuestros ojos parece imposible. Tendríamos que aprender mucho de esta actitud del Señor.


    Recordemos hermanos: no estamos solos. Dios está siempre con nosotros. En las alegrías y adversidades, Él nos sostiene. Jamás nos abandona ni nos abandonará. Aprendamos de Él a esperar lo que más nos conviene y permitámosle que guíe siempre nuestros pasos por el camino de la vida.







Pbro. José Gerardo Moya Soto

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