Jueves de la XVII semana Tiempo Ordinario
Jr 18, 1-6
Sal 145
Mt 13, 47-53
Nos encontramos con otro gesto simbólico que Dios comunica a Jeremías: el barro y el alfarero. Todos somos como esa arcilla en las manos del artesano, en las manos del Señor. Dios nos va trabajando uno a uno: somos un modelo original, irrepetible.
Recordemos que Adán fue formado de la tierra. Es una imagen antigua, pero nos ilumina para darnos cuenta de como debemos de ser en las manos del Artista Supremo: dóciles, disponibles a lo que Él quiere de nosotros. Y ya sabemos que es lo que quiere forjar en cada uno de los bautizados: la imagen de su Hijo.
Si nosotros somos el barro y Dios es el alfarero, por ende, hay que dejarnos moldear por Él. El profeta Isaías también empleó la imagen del Alfarero y nos sugería una oración humilde para que Dios no pierda la paciencia con nosotros: “Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y Tú el Alfarero: todos somos obras de tus manos. No te irrites, oh Dios, demasiado, ni recuerdes para siempre nuestra culpa” ( Is 64, 7-8).
El alfarero obra siempre con paciencia en la obra que lleva entre sus manos. Si algo no resulta como lo desea, no tira el barro o la pieza artesanal que está elaborando, sino que intenta arreglar el imperfecto. Si es necesario, vuelve a empezar para obtener lo que desea. Es lo que Dios hace con nosotros: no nos abandona o nos cambia por otra arcilla, sino que pacientemente corrige los imperfectos que hay en nosotros.
Recordemos que la Iglesia no alberga solamente a los santos, sino que acudimos a ella también los que somos pecadores. Somos nosotros los que necesitamos ser moldeados por el Alfarero, somos nosotros los que necesitamos de Dios: “no son los sanos los que necesitan al medico, sino los enfermos” (Mc 2, 17).
Jesús se dirigía a los pecadores. Dirige su mensaje a nosotros, los débiles. Nos invita constantemente a la conversión, a ir tras sus huellas. En la Iglesia hay buenos y malos (como la parábola que hemos contemplado hoy). Es el Señor que se esfuerza por ir a buscar a la oveja descarriada, que se alegra por haber encontrado la moneda que se le había perdido, que se llena de felicidad tras el retorno del hijo a la casa paterna (Lc 1, 1-32). Jesucristo mismo nos recuerda que Él “no ha venido para los justos, sino para los pecadores al arrepentimiento” (Cfr. Lc 5, 32).
El Maestro nos recuerda que debemos vivir de acuerdo con lo que Él nos va enseñando. Cada día que Dios nos permite vivir es una nueva oportunidad para amar, para perdonar, para ayudar a quien más lo necesita, para hacer de nuestra vida un instrumento dócil de su gracia. No dejemos pasar esta oportunidad que nos da el Señor.
Aprovechemos cada una de las oportunidades que Dios nos permite vivir para nuestra conversión: “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Mañana puede ser muy tarde. Dejémonos seguir moldeando por Dios, que Él nos restaure de nuestras imperfecciones y nos sostenga para vivir de toda palabra que sale de su boca.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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