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Buscar el tesoro

Domingo XVII Tiempo Ordinario Ciclo “A”


I Re 3, 5-13

Sal 118

Rom 8, 28-30

Mt 13, 44-52



    El día de hoy la liturgia nos presenta un pasaje sobre la vida del rey Salomón. Aquí se nos muestra como fue el principio de su reinado, cuando todavía era muy joven. Salomón tenía una responsabilidad muy grande y se trataba de guiar, cuidar, proteger a una nación consagrada: el pueblo de Israel. 


    Él decide ofrecer un holocausto al Señor para así encomendar su misión. Esto es agradable a Dios. Por ello, decide visitarlo y concederle aquello que le pidiera. ¿Qué pidió Salomón? Sabiduría de corazón para gobernar a su pueblo y para discernir el bien del mal. A lo cual, el Señor no dudo en concebirle.


    Qué grato es este pasaje y que bien nos viene a hacer en este tiempo. Pudo haber pedido riquezas, poder para someter a sus enemigos, fortaleza para luchas las batallas, tierras para incrementar su dominio territorial. Pero no fue así, pidió sabiduría de corazón.


    ¿Qué significa esa expresión? Recordemos que el corazón, en la Sagrada Escritura, es una expresión de totalidad: no es una parte del cuerpo, sino el centro de toda la persona, en donde anida su voluntad, libertad, intenciones, juicios, etc. Podríamos llamarle: “conciencia”. Entonces, pedir un corazón atento, significará una conciencia que sabe escuchar, que está atenta a la voz del Señor. Por ende, será capaz de separar el bien del mal.


    Este ejemplo de Salomón vale para toda la humanidad. Necesitamos pedir al Señor lo que verdaderamente necesita el corazón, lo que nos haga ser más gratos a los ojos del Padre. En medio de este mundo nos podemos ir desviando, añorando cosas superfluas, efímeras. Estamos llamados a trascender, a crecer, a ser mejores día a día. Que mejor que hacerlo con la mano de Dios y solicitando lo que en verdad necesita el corazón del hombre.


    Tenemos que aprender a pedir lo que nos conviene. Para ello, Jesús también nos quiere ilustrar en este camino con las parábolas que hemos escuchado en el Evangelio. Cristo quiere mostrarles a sus discípulos lo grande y maravilloso que es buscar el Reino de los Cielos. Para ello utiliza la parábola del tesoro escondido y de la perla preciosa. 


    El Reino de Dios está oculto. Muchos no lo han descubierto todavía. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. ¿Dónde está escondido? En Jesús, en su mensaje, en su propia vida. Aquella comunidad de creyentes que no conocen al Señor no han descubierto el Reino de Dios. 


    El descubrimiento del Reino de los Cielos cambia la vida de quien lo descubre. Su felicidad es enorme. Ha encontrado lo esencial, lo mejor de Dios, aquello que puede transformar su vida entera. El cristianismo tiene que descubrir el proyecto de Jesús para vivir plenamente en alegría. 


    Los dos protagonistas de las parábolas han decidido tomar la misma decisión: “Vender todo lo que tienen”. Ya nada tiene aquel valor que han encontrado. Diría San Pablo: “todo lo considero basura comparado al supremo valor de conocer a Cristo” (Flp 3, 8). El mismo mateo nos lo recuerda: “Busquen el Reino de Dios y su justicia y todo vendrá por añadidura” (Mt 6, 33). Cuando se ha encontrado con Dios, todo lo demás es relativo, ha quedado subordinado al proyecto de Dios. 


    Esto es la decisión más importante que debemos tomar: liberarnos de tantas cosas innecesarias para enfocarnos en el Reino de Dios. Tenemos que despojarnos de lo superfluo, olvidarnos de otros intereses, así como Salomón. Tenemos que aprender a perder para ganar: perdemos en el mundo, pero ganamos para la Vida Eterna.


    Que la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios se note en nuestra vida. Como cristianos, no podemos mantener oculta esa felicidad, ya que cada palabra y gesto reflejará la dicha que tenemos por haber encontrado un tesoro. Comparte con todos la alegría de haberlo dejado todo por el Reino de Dios.







Pbro. José Gerardo Moya Soto

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