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Gente sencilla

Domingo XIV Tiempo Ordinario Ciclo “A”


Za 9, 9-10

Sal 144

Rom 8, 9. 11-13

Mt 11, 25-30



    Jesús no tuvo ninguna problemática con la gente sencilla. El pueblo encajaba perfectamente con Él, con lo que anunciaba y realizaba para la comunidad. Aquellas personas humildes que trabajaban la tierra y así poder sostener a sus familias, acogen con alegría el mensaje del Señor.


    Estos jornaleros buscaban su bendición. Con Jesús sentían a Dios más cercano: muchos enfermos se contagiaban de su fe y quedaban curados; muchos pecadores se contagiaban de su misericordia y quedaban perdonados; sus apóstoles contemplaban el ejemplo de su maestro y lo seguían.


    El pueblo notaba que Jesús, con su manera de hablar de Dios Padre, por un estilo de ser y acompañar a los mas pobres y necesitados, le anunciaba al Señor que necesitaban: un Dios que salva, no juzga; un Dios que perdona, no que condena; un Dios que da vida, no muerte.


    En cambio, la actitud de los “entendidos” era muy diferente. Aquello por lo que el pueblo se llenaba de alegría a ellos los indignaba. Estos maestros de la ley no comprenden el porque Jesús se preocupe más por el sufrimiento del pobre que cumplir el precepto del sábado. Los sumos sacerdotes lo miran con coraje, ya que la manera de hablar del Mesías pone en peligro su falsa religión.


    A Jesús, estas reacciones no le sorprenden. Él sabe que esto es lo mejor. Por eso le da gracias a su Padre delante de todos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.


    Hoy en día el pueblo sencillo y humilde es el que sostiene a la Iglesia con su presencia, con sus oraciones, con sus acciones de evangelización, catequesis, formación de familias, trabajos pastorales. Es la gente sencilla la que nos lleva a tener una Iglesia más evangélica, no los grandes pensadores modernos. Busquemos ser una Iglesia forjada desde la humildad.


    Ahora bien, somos muchos los que vivimos sometidos a un ritmo de trabajo muy duro, desgastado por lo largo de los días. Cuando nos sentimos agobiados, buscamos un tiempo de descanso, que nos ayude a liberarnos de la tensión, de la fatiga acumulada por el trabajo del día a día.


    Pero ¿qué es descansar? ¿Es suficiente recuperar las fuerzas físicas tomando unas merecidas vacaciones? ¿Basta con olvidar los problemas del trabajo y sumergirnos en las fiestas? A más que uno nos sucede que volviendo del descanso, llegamos más cansados a nuestras ocupaciones, con la sensación de haber perdido ese tiempo. Y es que, en las vacaciones o descanso que realizamos, podemos caer en la tiranía de la agitación, desvelarnos considerablemente, sobre cargarnos de actividades, sin dar espacio verdadero a un descanso.


    El hombre tiene que aprender, antes que nada, buscar el arte del verdadero descanso. Necesitamos encontrarnos profundamente con nosotros mismos, buscando el silencio, la calma, la serenidad que a lo largo del año no se dan. Así se podrá escuchar mejor lo que hay dentro de nosotros y poder atenderlo. 


    Es necesario enraizar nuestra vida en Dios, fuente del verdadero descanso. ¿Puede descansar el corazón del hombre sin encontrarse con Dios? Jesús nos da la respuesta con sus palabras: “Venid a mí todos los que están cansados y agobiados y encontraran descanso”. Que nuestro descanso este siempre lleno de Dios.







Pbro. José Gerardo Moya Soto

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