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Obras son amores

Sábado de la  XV semana Tiempo Ordinario


Mi 2, 1-5

Sal 9

Mt 12, 14-21



    Miqueas tiene la encomienda de enfrentarse a los poderosos de su tiempo y denuncia sus insensateces: abusan del poder, traman iniquidades, codician bienes ajenos, oprimen a los demás, etc. Los peligros del poder y del dinero siguen siendo una problemática actual. En nuestro mundo nos encontramos con injusticias y abusos por parte de los poderosos.


    De nuevo nos encontramos con un Dios que no desea que se separe el culto de la vida diaria; no quiere que separemos la celebración litúrgica de la justicia social con los mas débiles. Hoy el profeta, como en su tiempo, nos hace esta denuncia a la injusticia con las personas: no caigamos en el error de los poderosos del tiempo de Miqueas. Volvamos nuestra mirada a Dios y practiquemos una religión que se vea reflejada con nuestras obras.


    Por otra parte, los que decimos ser seguidores del Maestro, tenemos en el Evangelio un espejo en donde mirarnos, un examen para comprobar si estamos aprendiendo la lección que Jesús nos enseña:

  • Tenemos que anunciar el Evangelio, hacer que este mensaje de Cristo llegue a todas las personas con las que nos desenvolvemos y compartimos en nuestra vida.
  • El mensaje no se debe de imponer, sino de promover; no sólo gritar, coaccionando la libertad del otro, sino anunciándolo con motivación, respetando la libertad de cada persona en medio de esta realidad tan relativista.
  • Cuando vemos que alguien a fallado, que ha caído, que está pasando por momentos complicados y difíciles, Jesús nos ha dado la consigna de ayudarle a no quebrarse del todo, a que la llama de su fe, que aun humea, no se apague. El Maestro desea que le echemos una mano, no parra hundirla más en su desgracia, sino para ayudarle a levantarse. 

    Todas estas cosas las realizaba Jesús continuamente con los pecadores, con los débiles, con los que más sufrían. El Evangelio nos muestra pasajes al respecto: la mujer adultera (Jn 8, 1-11), el hijo prodigo (Lc 15, 11-32), el ladrón arrepentido (Lc 23, 39-43), etc. Esto es lo que deberíamos de hacer nosotros, si en realidad somos sus seguidores.


    Que el Señor nos conceda la gracia de no corrompernos en el poder, en la injusticia ante los más vulnerables, sino todo lo contrario: siguiendo el ejemplo de Jesucristo, seamos sensibles a las necesidades de la gran familia humana y prestemos un servicio desinteresados a los que son menos útiles ante los ojos del mundo.







Pbro. José Gerardo Moya Soto

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