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Odres nuevos

Sábado de la  XIII semana Tiempo Ordinario


Am 9, 11-15

Sal 84

Mt 9, 14-17



    Después de las denuncias hechas por el profeta al pueblo de Israel, nos encontramos con un mensaje lleno de esperanza. Amós invita a la comunidad a tener confianza en Dios, ya que Él sabe que ser fiel a su Alianza no es fácil. Es por esa razón que se muestra comprensible a la debilidad del hombre.


    El Señor tiene corazón de Padre. Siempre nos permitirá volver a su camino (como la parábola del hijo prodigo). Él quiere curar las heridas del corazón; desea reconstruir las ruinas de nuestro ser como cristiano; anhela buscar y rescatar lo que se ha perdido.


    ¿Qué resquicios o ruinas hay en mi vida, que Dios quiere reparar? Debemos de rezar con confianza, poner en las manos de Dios toda mi vida para que Él la conduzca por el camino correcto, por el sendero que el Señor ansía para mí.


    Por otra parte, el ayuno, en la vida del cristiano, sigue teniendo un sentido muy profundo. Es un excelente medio para expresar nuestra humildad, nuestra constante conversión con pequeñas acciones ofrecidas al Señor.


    Jesús ya nos ha mostrado cómo debe de ser nuestro ayuno (en el sermón de la montaña). Él nos decía, que “cuando ayunemos, no pongamos cara triste, sino que lávate la cabeza y perfúmate, sin anunciarlo con trompetas” (Cfr. Mt 6, 16-18). Por lo tanto, el ayuno que debemos de ofrecer al Señor debe de ser con tinte de fiesta, de alegría.


    Esa comparación que utiliza Jesús (del novio y el esposo) nos deja claro que es en un tinte de fiesta. El creyente no puede vivir triste, con miedo, sino con una actitud de alegría. Pero ¿por qué el cristiano se basa en esta alegría festiva? Porque se basa en el amor de Dios, en la salvación que ofrece desde su Hijo muy amado.


    El pueblo de Israel no supo (o no quiso) hacer fiesta. Nosotros deberíamos de reconocer a Jesús como el Esposo que nos invita a la fiesta: a la Eucaristía, a la Reconciliación, a los Sacramentos, los cuales comunican su vida y gracia.


    Por ende, la vida en el Señor es una vida radical. Creer y seguir al Maestro no significa cambiar pequeños detalles en mi interior, poner remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus imperfecciones, o guardar el vino nuevo de la fe y esperanza en los mismos odres donde se guardaba el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo. Por eso Jesús nos invita a cambiar el vestido entero: cambiar nuestra mentalidad, no solo el exterior; es tener un corazón nuevo, renovado. Seguir a Cristo influye toda nuestra vida, no solo la practica.


    Busquemos nuevas oportunidades cada día para ayunar de todo aquello que le quita espacio a Dios en mi vida, para que así le permitamos al Señor llenar todas las áreas de mi existencia.







Pbro. José Gerardo Moya Soto  

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