Viernes de la XVII semana Tiempo Ordinario
Jr 26, 1-9
Sal 68
Mt 13, 54-58
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido la experiencia de ser corregidos por otro, ya sea para perfeccionar alguna acción que hayamos realizado o simplemente porque lo hemos hecho mal. En ocasiones esta corrección se toma de buena manera: “gracias por tu observación. Me esforzaré más la próxima vez”. Otras veces se toma de mala manera: “¿Quién eres tú para decirme que me he equivocado?; no me tienes que venir a decir cómo se hacen las cosas; lo que pasa es que me tienes celos”.
La corrección fraterna debe de ser un acto de caridad para con el otro, no una humillación o denigración de la persona. Es cierto, nos cuesta trabajo aceptar lo que el otro nos dice, ya que no sabemos cuales son sus intenciones con aquella aportación. Pero si lo vemos más por el lado positivo, si lo vemos como una oportunidad de ser mejores, aún con las malas intenciones que hay en el fondo, realizaremos con más plenitud todas nuestras tareas.
Eso le pasó a Jeremías en la lectura que hemos reflexionado hoy. El profeta anuncia al pueblo, de parte de Dios, que debe de convertirse de sus malos caminos. ¿Cómo le respondió el pueblo? De una manera violenta. Rechazan completamente el mensaje de Dios. No es que Jeremías tenga que anunciar solos las catástrofes o malas noticias. Al contrario, siempre difundió la Buena Noticia del Señor.
Debemos de darnos cuenta de que la Buena Nueva tiene un plan de salvación para todos. Dios pone en los labios del profeta un mensaje de esperanza, esperando su reconciliación: “A ver si escuchan mi mensaje y se convierten de su mala vida”. El Señor, en principio, no quiere someter a su pueblo a un castigo, sino que busca que se conviertan y vivan. Lo de Dios siempre es perdonar.
La Buena Noticia es exigente. Para ser profetas de nuestro tiempo es necesaria la valentía, así como Jeremías, que no se calló a pesar de las amenazas que recibió. Así como Jesucristo en el Evangelio, el cual no dudo en reprenderlos por su desconfianza y falta de fe en Él.
Recordemos que nos espera la misma suerte del Señor: “Los entregarán a la tortura y los matarán, y serán odiados por todas las naciones por causa de mi nombre” (Mt 24, 9). Jesús no fue recibido por los suyos, porque dudaban de su sabiduría y conocimiento: “¿De dónde saca Éste su sabiduría y esta fuerza curativa? De la misma manera puede sucedernos a nosotros: ¿Quién eres tú para corregirme? ¿Quién te ha puesto como mi guardián para echarme en cara mis problemas? ¿Quién te pidió tu opinión?
No olvidemos que somos profetas de nuestro tiempo. Nos corresponde seguir anunciando el mensaje del Señor. Para ello, sigamos el ejemplo del Maestro. Armémonos de valor no sólo para reprender al prójimo, sino para darle ánimos de ser mejor. Pongámonos en las manos de Dios para que Él nos impulse las palabras que debemos de decir, confiados de que nunca nos suelta de su mano poderosa.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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