Santiago el Mayor, Apóstol
II Co 4, 7-15
Sal 125
Mt 20, 20-28
Celebramos el día de hoy la fiesta del Apóstol Santiago el Mayor. Junto con San Pedro y San Juan, perteneció al grupo de los tres discípulos privilegiados admitidos por Jesús a los acontecimientos más importantes de su vida.
Santiago participó en la agonía del Señor en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Situaciones muy distintas entre sí: por una parte, el Apóstol experimenta la gloria del Señor. Lo divisa conversando con Elías y Moisés y como el Señor se llena de un esplendor divino; en el otro momento, se encuentra ante el sufrimiento del Maestro.
Al contemplar estas dos escenas en su vida, Santiago tuvo una maduración de fe, para así poder entender el cómo se tenían que dar las cosas por parte de Dios. Para poder entender la gloria del Salvador, tuvo que apreciar a un Mesías que sufriría. Tuvo que entender que ser discípulo del Señor no sólo se trataba de estar a la derecha o izquierda de Él en un trono, sino que implicaría sufrimientos y debilidad. La gloria del Hijo se manifiesta perfectamente en la cruz.
La maduración de la fe, del Apóstol Santiago, se llevará a su plenitud en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre él y lo llevo a dar testimonio supremo al entregar su vida por el Señor. Ante la persecución desencadenada por Herodes Agripa, no se echó para atrás. Los Hechos de los Apóstoles constatan al respecto este acontecimiento: “Por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12, 1-2).
De este Apóstol podemos aprender prontitud que tiene para responder al llamado del Señor, incluso dejando sus barcas y su padre y el entusiasmo que implica seguir a Jesucristo, no por el camino de la comodidad o del lujo, sino por el de la persecución y sufrimiento humano: es un ejemplo de adhesión a Cristo. Aquel que había solicitado, por medio de su madre, sentarse junto al Maestro en su Reino, fue el primero en beber el cáliz de la pasión al recibir el martirio.
Podríamos decir que el camino de fe recorrido por Santiago, no sólo se da desde el exterior, sino del interior: desde la Transfiguración, hasta la agonía del Maestro. Santiago llevaba el Evangelio de Cristo en una vasija de barro, para que se notara que las fuerzas de su predicación no provenían de él, sino de Dios que lo había constituido Apóstol de Cristo. Por eso, ante las tribulaciones, no podía ser aplastado; podría ser apurado, pero jamás desesperado; fue perseguido, mas no abandonado; derribado, pero no aniquilado.
Que el llamado y testimonio de Santiago el Mayor, nos anime a responder siempre con prontitud y fidelidad a la llamada de Cristo, para así dar testimonio coherente de nuestra fe y amor a todos los que estén a nuestro alrededor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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