Miércoles de la XIII semana Tiempo Ordinario
Am 5, 14-15. 21-24
Sal 49
Mt 8, 28-34
El profeta Amós no duda denunciar la conducta del pueblo de Israel sobre el culto que le dan a Dios en sus templos. Se da cuenta que la liturgia que se celebra es una acción que no agrada a los ojos del Señor.
¿Está en contra Dios de que se le dé culto? No. El Señor quiere que celebremos nuestra fe por medio de las diferentes celebraciones litúrgicas que tenemos en la Iglesia. Lo que el profeta acusa es la manera en cómo se llevan a cabo. Toda celebración ofrecida a Dios debe de ir acompañada de una recta intención, en espíritu de agradecimiento.
Las celebraciones deben de ir acompañada del amor. Si la liturgia que se ofrece a Dios aparece vacía, hecha sólo de palabras y gestos exteriores, resulta infructuosa. El Señor desea que, en toda festividad realizada por su Iglesia, el hombre lo haga con sincero corazón.
La manera en cómo debe dar culto a Dios nos lo propone el Salmo. El Señor no necesita sacrificios animales, holocaustos extravagantes. Lo que sí quiere es que el pueblo cumpla la Alianza, que camine según su voluntad. El Señor anhela que el hombre se presente con un corazón dispuesto, abandonado completamente a Dios y el prójimo.
En el Evangelio nos encontramos con una actitud contraria a la que Dios quiere para sus hijos. Jesús pasa liberando y sanando a quien lo necesita. Libera a dos endemoniados, pero ¿a qué costo? Al costo de ser rechazado y despedido de la comunidad.
Los habitantes de aquel pueblo no estaban satisfechos por la liberación de sus hermanos. Ellos estaban más interesados en la piara de cerdos. Y ¿qué era más importante: dos vidas o un montón de animales? Esa es la actitud que Cristo desea cambiar en la comunidad, es lo que Dios quiere ver en cada una de nuestras celebraciones: salir del egoísmo para dar paso a la fraternidad; despojarme de mis propios intereses, para comenzar a ver los del otro.
Hermanos, no desaprovechemos la presencia de Jesús en nuestras vidas. Permitamos que el cure y sane todos nuestros males. Invoquemos confiadamente al Señor que nos ayude en nuestras luchas diarias. Nos vendrá muy bien ser liberados de las cadenas que nos tienen atados, de las debilidades que me impiden tener una vida cristiana coherente.
Que Dios nos conceda un corazón tan semejante al suyo, para hacer de nuestra vida una celebración grata a sus ojos; que podamos compadecernos de los que más sufren y alegrarnos por aquellos que han vuelto a la luz admirable del Señor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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