Martes de la XX semana Tiempo Ordinario
Ez 28, 1-10
Dt 32
Mt 19, 23-30
Jesús, muchas veces, advirtió a sus discípulos sobre el peligro que puede existir al buscar las riquezas que ofrece este mundo. Tanto en su tiempo como en el nuestro, las riquezas se perciben como algo peligroso, algo que puede llegar a corromper a una persona.
Ciertamente las riquezas no son malas, no son ellas las que perjudican, sino más bien el apego de los hombres por ella. La razón se debe a que ellas llevan consigo el prestigio y el poder, dos metas muy ambiciosas para todos nosotros.
Muy probablemente, nosotros no somos ricos en dinero. Pero podemos tener algunas posesiones que nos llenan, que nos pueden hacer creer que somos autosuficientes y hasta pueden endurecer nuestro corazón, pensando que no necesitamos de Dios ni de los demás. Pero más que poseer bienes, son ellos los que nos poseen a nosotros. Ya nos advertía al respecto el Señor sobre esto: “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).
Aquí puede radicar el problema, en aquellas riquezas que acumulamos y no las ofrecemos para los demás. Desprenderse de las riquezas significa que somos capaces de vivir en la sobriedad, que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita, que estamos dispuestos a compartir con los demás lo mucho o poco que Dios nos ha dado.
Para poder llegar a esto, es necesario adoptar en nosotros el don de Dios, dejarnos influir por el estilo de vida de Jesús. Él ofrecía todo lo que tenia en beneficio de los pobres, de los que menos tenían en vida. Él ya anunciaba que el Reino de Dios estaba presente en medio de ellos.
Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por Él a colaborar de una u otra manera en la salvación del mundo. No lo hacemos buscando las ventajas económicas, ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque bien sabemos que Dios siempre recompensa desde la generosidad, siempre dará el ciento por uno por aquellos que lo hayamos dejado todo y lo siguiéramos.
Los discípulos del Señor estaban dispuestos a dejar todo lo que tenían de valor: sus barcas, su familia, sus negocios, etc. Nosotros, ¿estamos dispuestos a hacer lo mismo que ellos? ¿Estamos dispuestos a dejar todas las riquezas que tenemos por seguirlo a Él? Que Dios nos de la fuerza de poder dejarlo todo e ir tras sus huellas.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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