Miércoles de la XIX semana Tiempo Ordinario
Ez 9, 1-7; 10, 18-22
Sal 112
Mt 18, 15-20
El mundo actual nos puede parecer que ha caído en las garras de la corrupción, de la idolatría, en la esclavitud del pecado. Es por eso, que el resto fiel, la nueva Israel, que somos todos los que conformamos la Iglesia, deberíamos de ser fermento de una nueva humanidad, ya que Dios sigue creyendo y confiando en nosotros.
Aunque esta visión va dirigida a los judíos mientras habitaban Babilonia, rodeados de tentaciones, también se nos puede dirigir a nosotros, como una advertencia de no seguir esos caminos de perdición y de pecado.
La marca en la frente de las personas, según Ezequiel, era la garantía de salvación. Todos los que llevaban esa señal en la frente, no perecieron. En nuestro caso, la marca salvadora es la de la Cruz de Jesucristo. Los que creemos en Él estamos en el camino que conduce a la salvación.
Por otra parte, nos encontramos con un bello discurso de Jesucristo dirigido a la comunidad. Lo podemos denominar: la corrección fraterna. La comunidad cristiana no es perfecta. Existe en ella el bien y el mal. Aquí la pregunta sería ¿cómo debemos de comportarnos ante el hermano que falla?
Cuando un hermano nuestro ha fallado, nuestra conducta o reacción no debe de ser de rechazo o indiferencia, como fue la actitud de Caín: “¿A caso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9). Si un centinela vio algo durante su turno de vigilancia, tiene que avisar; si un padre observa que su hijo se desvía del camino, lo tiene que corregir; el maestro buscará educar a sus alumnos; el amigo no se puede desentender cuando su amigo va por mal camino. No es que nos metamos en lo que no nos importa, pero sí debemos de buscar el bien para esa persona. Por que de la misma manera Dios nos puede preguntar como a Caín: “¿Qué has hecho por tu hermano?” (Gn 4, 10).
Esta corrección no debe de ser agresiva, ni de una condena inmediata, echando en cara sus errores o humillando al afectado. La corrección debe de ser con amor, comprensión, buscando el bien del prójimo: tender la mano, dirigir una palabra de aliento, ayudar lo más que se pueda.
La corrección fraterna es algo difícil, tanto en la vida familiar como en la eclesial. Pero eso sí, cuando se ha hecho de una manera correcta y a tiempo, es una bendición y alegría para todos, pues que “se ha ganado a un hermano”.
Hoy puede ser un buen día para ejercer la corrección fraterna a quien lo necesita: a un amigo, al esposo, al hijo, al amado. Pon en tus oraciones a aquellos que sabes que están fallando, para saber que palabras emplear para con él. Una vez que lo hayas puesto en las manos de Dios, deja que Él te inspire las palabras que has de decir. Que el Señor nos conceda un corazón lleno de amor, capaz de poder practicar la corrección fraterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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