Miércoles de la XX semana Tiempo Ordinario
Ez 34, 1-11
Sal 22
Mt 20, 1-16
El día de hoy nos toca reflexionar la parábola de los jornaleros contratados a diferentes horas del día. En ella, todos fueron tratados con la misma consideración y recibieron lo conveniente para cada uno de ellos. En principio, nos parecería injusto la actitud de contratista ante aquellos que trabajaron más tiempo, pero todos fueron tratados con bondad, recibieron lo que él les había prometido.
Al reflexionar sobre este sentido de bondad del propietario, aparece el sentimiento de la envidia de los primeros trabajadores, que han recibido lo mismo que los que laboraron una sola hora. Alguna vez todos hemos padecido la envidia, ya sea por ser el sujeto envidioso o por sufrir las consecuencias de aquellos que nos envidian.
El evangelista quiere contraponer la envidia con la bondad. La bondad es aquel acto natural por inclinarse a hacer el bien, lo correcto. Así como ese propietario: dio a todos lo mismo. Aquí nace una invitación por parte de Mateo a ofrecer el bien, a ser imagen de Dios, que siempre está obrando en nuestra vida de una manera buena.
En ocasiones nos desvivimos y enfocamos más en aquello que tiene el prójimo. Nos desespera su personalidad, su bondad, la libertad que manifiesta, sus relaciones, dejando de mirar nuestro interior. Muchas veces preferimos dejar el interior para vivir la vida del otro.
¿Por qué no colocarnos en los zapatos del que resulta ser envidiado? Debemos de aprender que el Señor nos da lo que es justo. Él no nos engaña, si nos prometió un denario, nos dará nuestro denario. Es aquí donde debemos de aprender a renunciar a esa irritabilidad por el otro, para que no nos afecte, y así poder vivir nuestra propia vida con todo aquello que Dios nos ha prometido.
En Dios se va a dar siempre la inclinación por hacer el bien a sus hijos. La bondad es el lenguaje cotidiano que Él maneja. No le gusta la actitud egoísta de la persona, pero no por ello renuncia a su bondad infinita. Su manera de actuar es desde la misericordia, la bondad, el consuelo. Por más duro e insensato que sea el corazón del hombre, Dios no renunciará a su bondad para con él.
Walter Dresel, escribió en su libro “Apuesta por ti, no dejes que tu vida pase de largo”: No merece la pena perder el tiempo mirando hacia atrás o hacia el costado, cuando hay tanto que construir interiormente… Vivir permanentemente en un estado de guerra constante sólo atenta contra nuestra necesidad de sensatez y concordia.
Es necesario, pues, agarrarnos fuertemente de Dios y dejar de lago la guerra y las envidias para los otros. Tenemos tanto por lo que ser feliz y luchar. Dios nos ha prometido que nos dará lo que nos corresponda: no dudes de Él, mucho menos le reclames, porque al final del jornal, obtendrás lo que te dijo. Alegrémonos de tener a un Dios bondadoso y aprendamos de Él a ser buenos para con todos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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