Sábado de la XVIII semana Tiempo Ordinario
Ha 1, 12- 2, 4
Sal 9
Mt 17, 14-19
Una vez escuche decir a alguien: “estábamos en Guatemala y ahora estamos en Guatepeor”. Es algo que le esta sucediendo al pueblo de Israel: se encontraba sometida por Nínive, para luego pasar a ser dominados por Babilonia; se han liberado de los ninivitas, para pasar a ser súbditos de los babilónicos.
Cabria entonces preguntarnos: ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Por qué Dios le hace esto a su pueblo? No olvidemos que, de algo malo, Dios puede hacer cosas buenas. Si Él había permitido el sometimiento de su pueblo, era por algo. El Señor se sirve de los babilonios para destruir a los asirios, para llevar al pueblo de los caldeos a la derrota. Así sucede en nuestra realidad. Tenemos que descubrir la presencia de Dios en todo lo que vivimos y pasamos: aquellos momentos gratos, tristes, alegres, difíciles, etc.
Podemos caer en la tentativa de no saber interpretar la presencia de Dios en nuestra vida: “¿Hasta cuando, Señor, seguirás olvidándote de mí? Despierta Señor, no te quedes callado”. Es lo que le sucedió al profeta, levantó su voz al Señor para mostrar su queja. Es mismo nos puede pasar a nosotros: nos revelamos ante Dios por todas las injusticias que nos tocan vivir, el terrorismo, el racismo, el rechazo, etc.
Ahora bien, Dios, por medio del Habacuc, nos quiere dar respuesta. El Señor nos recuerda que siempre se ha preocupado por su pueblo, que de una manera misteriosa y silenciosa se ha mantenido cerca de los atribulados, de los que sufren. El Señor no abandona nunca a quien lo busca. Lo podemos ver reflejado en el Evangelio, cuando Jesús cura a aquel hijo poseído por el demonio.
No caigamos en la derrota de los discípulos, de no haber podido vencer al mal. No sabemos cuáles eran sus actitudes, sus posturas. Lo que si nos dice Jesús es que carecían de fe: “¿Por qué no pudimos echar fuera al demonio?... Por la falta de fe”.
El fracaso del hombre muchas veces se da por su falta de fe, de confianza en el Señor. Es necesario ir cultivando nuestra fe, ir cuidando de ella. Si tuviéramos una fe verdadera, “nada nos podrá resultar imposible”. El mismo Señor nos lo dice en otro perícopa evangélica: “Todo es posible para quien tiene fe”.
Recordemos, hermanos que “sin Jesús, nada podemos hacer”. Apoyémonos en Él, dejémonos ayudar por el Maestro, tengamos una fe autentica, para así poder hacer las cosas que Él mismo realizaba. Dejemos que el Espíritu de Dios nos haga buenos discípulos, a semejanza de Cristo. Trabajemos no buscándonos a nosotros mismos, sino mostrando a Dios, que es el único que puede liberar y curar de toda dolencia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario