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La meta del hombre: el cielo

 Asunción de la Santísima Virgen María

Solemnidad 


Ap 11, 19; 12, 1-6. 10

Sal 44

I Co 15, 20-27

Lc 1, 39-56



    Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Es una de las grandes celebraciones que tenemos durante el tiempo litúrgico dedicado a nuestra Madre. Todas estas fiestas, la Inmaculada Concepción, la Anunciación, la Maternidad divina y Asunción son etapas fundamentales que se relacionan entre sí, exaltando el canto glorioso de la Madre de Dios, pero a la vez las podemos referir a nuestra historia personal.


    En la Asunción de María, observamos a lo que estamos llamados a alcanzar en el seguimiento y obediencia a Cristo: llegar al cielo tras haber cumplido nuestra misión aquí en la tierra. La última etapa de la peregrinación terrena de María nos invita a nosotros a recorrer el camino hacia la meta gloriosa.


    En el Evangelio hemos contemplado que “después del anuncio del ángel, María se puso en camino y fue a prosa a las montañas a visitar a su prima Isabel”. Aquí nos encontramos con algo a destacar de María: su docilidad al Espíritu de Dios. Ella, que se ha realizado la encarnación del Verbo, recorre una nueva senda, dejándose conducir por Dios.


    San Ambrosio afirma: “La gracia del Espíritu Santo o admite lentitud” (Expos. Evang. sec. Lucam, II, 19: pl 15, 1560). La vida de la Virgen ya es dirigida por Alguien más, se ha dejado moldear por el Espíritu de Dios, ha sido marcada por un acontecimientos y encuentros. En ese nuevo camino que María comienza a recorrer va a conserva y medita todo en su corazón, para que de esa manera pueda ir descubriendo el profundo y misterioso designio de Dios para la salvación del mundo.


    Toda nuestra vida es una ascensión: la vida es meditación, confianza, esperanza, obediencia, incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida; nuestra vida tiene que ser esa sagrada prisa, donde se sabe que Dios es nuestra prioridad y ninguna otra cosa nos debe de crear prisa en nuestra existencia.


    La Asunción nos recuerda que la vida de la Virgen, como la de todos los bautizados, es un camino de seguimiento, un camino que tiene una meta muy especifica: la victoria definitiva sobre el pecado y la comunión total con Dios para acceder a su gloria.


    El Concilio Vaticano II afirma al respecto: “María, con su múltiple intercesión continúa procurándonos los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz” (LG 62). Invoquemos a nuestra Madre Santísima a fin de que ella sea una estrella que guía nuestros pasos para que se dé el encuentro con su Hijo y así podamos llegar a la gloria del cielo, a la alegría eterna.







Pbro. José Gerardo Moya Soto

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