Sábado de la XVII semana Tiempo Ordinario
Jr 26, 11-16. 24
Sal 68
Mt 14, 1-12
En el pasaje que hemos reflexionado el día de hoy, se nos muestra cómo trataba Israel a los profetas. Esto es una antesala para saber lo que le pasará al mayor enviado de Dios: su Hijo muy amado. Lo más sorprendente de todo esto es que, aún sabiendo la suerte que les espera, no dejan de cumplir la misión que Dios les había encomendado.
En Jeremías encontramos un ejemplo de fe y de confianza en Dios, puesto que no duda ni un segundo de llevar a cabo la encomienda que tiene, aún cuando la consecuencia puede ser fatal: su muerte. Esto debería de llevarnos a cuestionarnos sobre si somos capaces de cumplir con lo que el Señor nos pide, aún sabiendo las consecuencias que esto nos pueda traer.
Tenemos dos actitudes a destacar de este pueblo: los que no reconocen a Jeremías como enviado de Dios y los que sí. Cabria entonces preguntarnos: ¿a cuál pertenecemos nosotros? ¿Somos capaces de reconocer cuando alguien nos habla en nombre del Señor?
Al igual que Jeremías, en el Evangelio, nos encontramos con un hombre que sufre la ira del pueblo de Israel: Juan el Bautista. El evangelista, al poner este pasaje de su martirio, nos quiere mostrar la suerte que le espera a la Iglesia, el destino que puede darse a los que son los voceros del Señor.
Juan el Bautista, un hombre que preparó un camino, que predicaba e invitaba a la conversión y al arrepentimiento, muere por el egoísmo de una sola persona, muere por la cobardía de un hombre por no querer quedar mal con sus invitados. Nos encontramos a un Herodes que no quiere retractarse o cambiar de parecer. ¿Todo esto para qué? Para quedar bien con los que estaban a su alrededor. ¿Cuántas veces hemos hecho lo mismo con el prójimo? ¿Cuántas veces hemos humillado, rechazado, nos hemos mofado de los otros?
El ser humano cuenta con muchos valores, muchas actitudes positivas, que pueden hacer de nosotros personas más integras, coherentes, responsables. Pero también está el otro lado de la moneda: muchas actitudes nos pueden llevar a destrozar y causar demasiado daño a los demás.
Cuando criticamos, despreciamos o murmuramos en contra de otra persona, podemos decir que estamos matándolo, hablando metafóricamente. Tenemos que cuidar de no caer en la actitud de Herodes, del pueblo de Israel, que buscan quedar bien con ellos mismos, que prefieren quedar bien con los hombres antes que con Dios.
Que bien nos haría reconocer a los profetas de nuestro tiempo, escuchar sus palabras y cambiar el rumbo de nuestros pasos. Ojalá que podamos ver en los demás la mano de Dios que busca rescatar y salvar lo que se ha perdido. No nos resistamos a los mensajeros del Señor; pero más que resistirnos a ellos, que no nos resistamos al mensaje que el Señor nos quiere trasmitir día a día por medio de los hermanos que nos rodean.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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