Jueves de la XIX semana Tiempo Ordinario
Ez 12, 1-12
Sal 77
Mt 18, 21- 19, 1
El pasaje del Evangelio que hemos reflexionado este día nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal sufrido, sino que reconoce que el ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, es mucho más grande que el mal que pueda cometer.
Pedro pregunta a Jesús, “Señor, ¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?, ¿Hasta siete veces? A Simón le parece ya demasiado perdonar siete veces a una misma persona. Pero Jesús le responde, “no te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, es decir: siempre. Tenemos que perdonar siempre.
Jesús confirma como debe de ser el perdón con la parábola del rey misericordioso y del siervo despiadado. El rey es un hombre generoso, que se compadece, que perdona la deuda a un siervo que le suplica, aun siendo esta tan enorme. Pero que hace aquel siervo, en cuanto encuentra a otro que le debía poco, se comporta de un modo despiadado, cruel. Si nosotros negamos el perdón a nuestros hermanos, nos estamos comportando como aquel siervo malvado.
Por otro lado, tenemos al rey que es la imagen de Dios que nos ama y que su misericordia es infinita para perdonar nuestras ofensas. Si estamos tentados a cerrar nuestro corazón a quienes nos han ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del rey: “te perdone toda tu deuda porque me lo suplicaste. ¿No debiste haber hecho tú lo mismo?”. Cualquier hombre que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad que provienen al ser perdonado por Dios puede abrirse a la posibilidad de perdonar al prójimo.
El perdón de Dios es la seña de su amor desbordante por cada uno de nosotros; es su amor el que nos deja libres de alejarnos, como el hijo prodigo, pero que espera cada día nuestro retorno a la casa; es el amor privilegiado que siente el pastor por la oveja que se le ha perdido y sale en búsqueda de ella; es la ternura que acoge a cada pecador que llama su puerta.
En la oración del padrenuestro, Jesús nos ha enseñado a decir: “perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. En el sermón de la montaña nos ha dirigido un texto bellísimo, que nos invita a ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar nuestra ofrenda al altar. Ser auténticos seguidores de Jesús, implica llevar a cabo labores titánicas, como la de perdonar siempre: “bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia”.
Que el Señor nos ayude a ser más consientes de la grandeza del perdón que recibimos por parte de Él, que nos haga ser misericordiosos como Él es misericordioso, para poder personar así a los que me han ofendido. Aprendamos a perdonar siempre de todo corazón.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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