Miércoles de la XVIII semana Tiempo Ordinario
Jr 31, 1-7
Sal 31
Mt 15, 21-28
El profeta Jeremías nos presenta en su oráculo la reconstrucción del pueblo a través del amor eterno del Padre.
El amor de Dios nunca se acabará, es un amor que dura para siempre, que nos cuida de nuestras adversidades, que restaura nuestras fuerzas en los momentos de fragilidad. El Señor siempre es fiel a su amor. Aunque el hombre busque otros falsos amores y traten de sustituirlo, Él siempre amará a su pueblo y permanecerá fiel según su promesa.
Dios no se acuerda de nuestras faltas, porque su amor le conduce a ser misericordioso para con nosotros: se compadece de nuestro abatimiento, de nuestra miseria, de nuestras infidelidades. Dios busca rescatar a su pueblo, lo quiere consolar y restaurar. El Señor quiere que mantengamos la esperanza puesta en Él.
Aunque el corazón del hombre se esté descarriando, sólo Dios, desde su misericordia y amor, puede restablecer esa dignidad. El Señor tiene palabras de aliento para reanimarnos y volver a Él. Es nuestro quehacer dejarnos amar por Dios, aceptar su amor eterno y dejarnos conducir por Él.
La fe nos llevará a experimentar ese amor eterno del Padre. Por ello, la mujer cananea del Evangelio que hemos meditado hoy nos lo demostrará. Esta mujer es modelo de fe. Su confianza es total en el Señor que no duda en decirle: “Ten compasión de mí”.
Esta mujer no se da por vencida ante la actitud de Jesús. Al contrario, ha encontrado la manera de cómo responder a las dificultades que se le van presentando. ¿Cuál es la consecuencia que obtiene por insistir? Jesús la alabará por la fe tan grande de esa mujer.
La fe de la mujer cananea nos interpela a todos los que somos de casa, del grupo de Jesús. Nos recuerda que no debemos de quedarnos dormidos en nuestros laureles, que no nos engañemos en pensar que por ser bautizados ya estamos completados. El pueblo de Israel se confió, pensó que ya tenía el camino trazado y terminó siéndole infiel al Señor. ¿Qué tan grande es nuestra fe? ¿Qué tanto nos hemos dejado conducir por las palabras del Señor? ¿Se puede decir que nuestra fe es tan grande como la de esa mujer?
Hermanos, no nos confiemos y bajemos la guardia. Sigamos escuchando la voz del Señor. Que al experimentar el amor eterno del Padre, podamos responderle llenos de fe, sabiendo que Dios ha hecho grandes cosas por nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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