Domingo XX Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 56, 1. 6-7
Sal 66
Rom 11, 13-15. 29-32
Mt 15, 21-28
A veces pareciera que Dios no nos responde, que se esconde o que no presta atención a nuestras solicitudes. Es lo que le sucedió a esta mujer en el Evangelio de hoy. En ocasiones el Señor nos coloca en una posición de impotencia y no nos queda más remedio que clamar a Él, seamos cristianos o paganos. Eso mismo le sucedió a esa mujer: abrumada por la situación de su pequeña, no le quedo otra opción que acudir al Mesías.
Esa mujer se atreve a pedirle a Jesús que cure a su hija y ¿qué fue lo que obtuvo de parte de Jesús en una primera instancia? Ignorancia, no fue escuchada. Dios es así en ocasiones: simula que no nos escucha. Pero ¿por qué? O más bien ¿para qué? Para fortalecer nuestra fe.
En ese silencio divino, podemos decir que Dios refuerza nuestra fe. Cuando parece que el Señor se esconde o que no nos hace caso, puede ser que esta tratando de aumentar nuestra débil fe y ¿qué es lo que sucede cuando sentimos que Dios no nos escucha? Nos alejamos de Él: si Dios no me concede lo que le pido, lo busco por mi cuenta, a mi estilo; si el Señor no complace mi capricho, me vuelvo rebelde y le doy la espalda. Tenemos mucho que aprenderle a esa mujer cananea, que, ante el aparente rechazo de Jesús, nunca perdió la fe en ser escuchada.
Esta cananea no acepta la respuesta de Jesús: “he venido sólo para las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Ella se postra ante Él y le suplica: “¡Señor, ayúdame!”. Así como un entrenado exige más a su atleta para aumentar su entrenamiento para estar mejor preparado, el Señor sigue fortaleciendo la fe de la cananea: “no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos”.
La mujer no sede, no acepta un “no” como respuesta. Fue más allá, su fe ha alcanzado el punto más alto posible y responde: “hasta los perritos se comen las migajas de la mesa de sus amos”. Ha dado resultado: la fe de la mujer ha sido reforzada con la aparente sordera de Jesús y ahora ha quedado recompensada, obtiene lo que le pide a Jesús.
En esta acción, de la mujer cananea, se nos recuerda la necesidad de orar sin desfallecer: recordemos que a Dios se le pide, no se le exige. Por ello, hay que orar con humildad, como esa mujer, que no exigió, sino que pidió. Hay que orar confiando plenamente en Dios, que nos otorgará lo que sea conveniente para nuestra salvación.
Hermanos, no debemos de confundir nuestra ceguera con la mirada profunda de Dios, que tiene sus propios caminos para que ninguno de sus hijos se quede con las manos vacías. Son muchas las fronteras que los cristianos tenemos que atravesar para encontrarnos con el reino de Dios; quizás la más difícil es la del orgullo y los prejuicios.
Que el Señor nos conceda un corazón y una fe como la mujer cananea, que nunca dejo de insistir y de confiar en el Señor, y así como alabó a aquella mujer, lo haga con nosotros: “qué grande es tu fe”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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