Domingo XVIII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 55, 1-3
Sal 144
Rom 8, 35. 37-39
Mt 14, 13-21
El pasaje del Evangelio que hemos reflexionado hoy nos presenta la multiplicación de los panes y los peces, la cual saciará a una gran muchedumbre. Este pasaje es narrado por los cuatro Evangelios. Cada uno se centrará en un aspecto diferente, pero concluyen con la misma certeza: sólo Dios es quien sacia el hambre del corazón del hombre. El Señor quiere saciarnos en toda la extensión de la palabra, por ello nos dice el Salmo: “Abre tu mano, Señor, y sacia a todo viviente”.
Mateo nos narra la multiplicación y entrelaza algunos elementos entre sí: un primer elemento que empleara es el de la compasión que Jesús siente por la multitud que lo siguen; el hambre que siente el pueblo al atardecer y la multiplicación de los panes; concluyendo con la saciedad de la muchedumbre.
Es interesante ver cómo el evangelista Mateo nos quiere manifestar a un Dios cercano, compasivo y que da a manos llenas, que sacia. La muchedumbre tiene sed de Dios, del Dios que da la vida. Salen a buscar a su Maestro, quieren estar con Él, aprender de sus enseñanzas, seguir sus huellas.
Ese pueblo ha encontrado al Mesías. Después de tantos años de haber estado sin un Pastor a seguir, han encontrado a Jesús. Por ello, Jesús se compadece de ellos. No sólo es una mirada de piedad, de lastima, sino que asimila y se hace cercano al pueblo: es empático con ellos, padece de sus sufrimientos. Eso mismo lo hace en nuestro tiempo: no nos deja solos, esta acompañándonos en estos momentos de pandemia.
Al ver y contemplar de su necesidad, no duda en atenderlos. Nos narra el evangelista que, al finalizar de comer, todos quedaron satisfechos, incluso, con el pan que sobró, se llenaron doce canastos. Jesús siempre da, y da a manos llenas. No da pequeñeces, sino que da en abundancia. Toda aquella sed y hambre que podamos tener solo puede ser saciado por el Maestro.
El profeta Isaías nos muestra al respecto esa actitud de Dios para con todos: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar”. Abandonémonos en las manos del Señor, acudamos a Él para que toda necesidad del corazón sea saciada.
No desconfiemos de lo que Dios quiere y puede darnos. No hay nada que pueda privarnos de experimentar y contemplar los frutos abundantes que otorga nuestro Señor y Salvador: “¿Qué podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿Qué podrá apartarnos de la misericordia y compasión de nuestro Dios? “En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado”.
Que el Señor nos conceda la gracia de dejarnos llenar por Él, que todas nuestras necesidades queden satisfechas por medio de su Palabra, de sus Sacramentos, de su Hijo muy amado. No pongamos más trabas, busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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