Domingo XIX Tiempo Ordinario Ciclo “A”
I R 19, 9a. 11-13a
Sal 84
Rom 9, 1-5
Mt 14, 22-33
Cuarta vigilia, Paulo Medina, acrílico sobre tela, 22.9 x 30.5 cm, 2019 |
Tras haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, Jesús nos hace una atenta invitación a verificar nuestra fe. En cada circunstancia de nuestra vida estamos llamados a confiar en el Señor y a dirigir nuestra mirada hacia Él, el único que puede responder a nuestras suplicas.
Que contexto tan más contrastante hemos encontrado en el Evangelio. Por una parte, la paz que vive Jesús al retirarse al monte para hacer oración y por otro lado, contemplar el escenario de los discípulos, los cuales atravesaban una peligrosa travesía: viento contrario a la dirección en la que desean ir, el miedo que alberga el corazón de los discípulos, las aguas turbulentas que azotan la barca, el confundir al Maestro con un fantasma, el terror de Pedro por ahogarse.
En la noche, particularmente cuando es más trágica, estamos llamados a realizar un camino que pueda convertir la perturbación en paz, de la poca fe a experimentar la salvación que produce el Señor en nuestra vida.
En la figura de Pedro nos podemos representar cada uno de nosotros: cuando nuestra mirada está en el Señor, cuando la fe es de total abandono, es entonces cuando podemos avanzar, seguir las huellas del Maestro. Cosa contraria cuando nuestra mirada está sobre nosotros mismos, en la presunción de que solos podemos hacer todo, sin depender de Dios. Es así como el miedo se apodera de nosotros y comenzamos a hundirnos.
La fe es la que nos asegura que el Señor está muy cerca de nosotros, que está presente y que nos repite constantemente: “¡Ánimo!, soy yo; no tengas miedo”. Estas palabras deberían de ser suficiente para hacernos avanzar en el camino con plena seguridad y convicción.
El miedo, como a Simón Pedro, nos va llevando a la duda: “Señor, si eres tú…”. Cuantas veces nos hemos preguntado en nuestra vida ¿Será esto lo que el Señor me está pidiendo? ¿Está es la voz de Dios que me está hablando? ¿Dios me pide que confíe y vaya a Él? Tenemos que abrir los ojos y aprender a observar cuáles son los caminos que verdaderamente nos conducen al Padre, como Elías en la primera lectura: Dios no estaba en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego; Dios se encontraba en la brisa suave.
Ahora bien, ¿qué es lo que salva Pedro y a toda la humanidad? No es la búsqueda de certezas humanas, la confianza en uno mismo, sino la respuesta de Cristo a Pedro tras el grito desesperante: “¡Señor, sálvame!”. Es la humildad de la fe puesta en Jesucristo la que nos puede salvar.
La salvación que Jesús ofrece es la única certeza que tenemos para continuar creyendo en Él. Así como los discípulos, que después de que Jesús subió a la barca y el viento se calmo, exclamaron, “Verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios”, también nosotros tenemos que reconocer que el Señor es el único que da la victoria, la salvación.
En este tiempo difícil que estamos viviendo como humanidad, pidámosle al Señor un corazón que sea capaz de forjar una fe autentica en Él, capaz de reconocerlo y seguirlo, ya que solamente Él es quien puede darnos la paz y la salvación.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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