Martes de la XIX semana Tiempo Ordinario
Ez 2, 8- 3, 4
Sal 118
Mt 18, 1-5. 10. 12-14
De nuevo nos encontramos con un gesto muy simbólico por parte de Ezequiel. Dios le pide al profeta que nutra su existencia con el alimento que Él le ha dado: “Abre la boca y come lo que te doy”. El Señor le esta pidiendo al profeta que se alimente de su Palabra para que su trabajo como profeta radicará no en pensamientos humanos, sino en la Palabra de Dios.
Dios le había dado esa palabra al pueblo de Israel, pero ellos no quisieron alimentarse de esa Sabiduría divina, al contrario, prefirieron dirigir su mirada a los ídolos. Hoy nos puede estar sucediendo lo mismo en esta pandemia: dejamos de leer la Sagrada Escritura, ya no seguimos la transmisión de la Eucaristía por los medios de comunicación, ya no tenemos momentos de oración ante el Señor, etc. La gente del ahora se conforma con lo mínimo, sin poner un poco de esfuerzo o dedicación a lo que Dios quiere trasmitirle.
Dios nos está invitando constantemente a acercarnos a Él, a que nos alimentamos y nutramos de su Palabra, así como el profeta Ezequiel. El comer de esta Palabra Divina, nos llevará a convertirnos en verdaderos profetas, capaces de predicar la Buena Nueva de la salvación.
Es aquí donde la invitación de Jesús toma más sentido: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos”. Debemos de aprender que la grandeza del hombre no está en lo que el mundo nos diga, en buscar ser el más importante, sino vivir desde la sencillez de vida, como un niño. El niño no se afana en ideas de adultos. Su mundo infantil está lleno de pequeñas cosas: sencillez, humildad, inocencia.
Convertirse en niño es cambiar nuestra mentalidad. Hacernos como niños significa vivir desde la sencillez, la humildad, con el deseo de aprender cosas nuevas. El niño lo ve todo con simpleza y confía en la voz de su padre: le hace caso, lo obedece.
La voluntad del Padre no es otra más que la salvación de todos sus hijos. Para Dios todos cuentan, nadie queda excluido de su plan salvífico: por eso quiere que nos convirtamos como niños, que nos alegremos por aquellos que han regresado al redil, como esa oveja perdida: “Dios quiere que todos sus hijos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tim 2, 4).
Que la Palabra de Dios nos sirva como alimento para fortalecernos, que nos ayude a encontrar la felicidad y la paz en nuestra vida. No dejemos de alimentarnos del alimento espiritual todos los días, ya que éste nos ayudará a ser sencillos y humildes, a reconocernos necesitados del Padre y volver a la casa paterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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