Lunes de la XX semana Tiempo Ordinario
Ez 24, 15-24
Dt 32
Mt 19, 16-22
Nos encontramos de nuevo que un profeta es una señal de Dios para el pueblo. El profeta se mete completamente de lleno en la historia de Israel. En ocasiones le toca decir al pueblo lo que tiene que hacer por medio de palabras, pero otras veces lo hace con su propia vida, con su obrar.
El profeta tiene que ser valiente para ayudar a la comunidad a recapacitar, ayudarle a reflexionar sobre en dónde está su fragilidad e inclinación a una vida de pecado. El salmo que hemos reflexionado es una señal de ello: “despreciaste a la roca que te engendro, olvidaste al Dios que te dio la luz… son una generación depravada, unos hijos desleales”.
Ciertamente no todo en nuestro obrar es malo, pero tampoco todo lo que hacemos es bueno. Es por ello, que el Señor nos quiere sanar y para ello tiene que derribar, asolar, purificar toda dualidad en la vida del hombre. Pasando por este proceso será como alcancemos a ser profetas del Señor, ya que un verdadero mensajero de Dios debe de ayudar a descubrir su voluntad a través de su propia vida: “Ezequiel les servirá de señal”.
Seguir las huellas de Cristo no es sencillo, implica la totalidad de la persona. En la escena del Evangelio de hoy, vemos a un joven que se acerca a Jesús porque quiere ser perfecto, quiere ser el prototipo de la llamada vocacional a una vida de seguimiento cercanos al Maestro.
Ese joven se encuentra completamente dispuesto a ser perfecto. No se conformaba con lo común, sino que buscaba un sentido mucho más profundo para su existencia. Él ya cumplía los mandamientos, pero al escuchar la voz de Jesús, externando lo que le faltaba, “vende todo lo que tienes, dáselos a los pobres y ven conmigo”, se asustó, se negó y no dio el siguiente paso. Se marchó triste.
Muchos creyentes no se conforman con cumplir los mandamientos. Quieren un ritmo de vida más radical. Y en efecto, Jesucristo nos ha propuesto un estilo de vida mucho más exigente: “vende lo que tienes, sígueme”. No siempre tuvo éxito el Señor al momento de llamar a sus seguidores. Algunos si lo dejaron todo, pero otros pensaron que era excesivo.
Sea cual sea nuestra vocación, hoy nos deberíamos de sentir interpelados por las palabras de Jesús y animarnos a renovar el compromiso que hemos hecho en nuestra vida, entregarle nuestras energías y colaborar con Él en la construcción del Reino de Dios.
Ya sabemos que, para poder seguir al Maestro, debemos de renunciar a ciertas cosas, ya que a Jesús no se le puede seguir con mucha carga. El joven se fue triste porque no pudo vencer su apego al dinero. ¿A qué tenemos que renunciar nosotros para poder seguir a Jesús? Animémonos a renunciar a nuestros apegos más significativos y esforcémonos por seguir constantemente al Señor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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