Domingo XXI Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 22, 19-23
Sal 137
Rom 11, 33-36
Mt 16, 13-20
En el pasaje evangélico que hoy hemos meditado, se nos muestra dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consiste en un conocimiento externo. A la pregunta de Jesús, “¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”, los discípulos responden: “unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Es decir, a Cristo se le considera como un personaje religioso conocido, como algunos de los ya mencionados.
Después se dirige a sus discípulos con la siguiente pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? A lo que Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Aquí el conocimiento no se queda en lo natural; la fe de Simón ve más allá de simples datos históricos, siendo capaz de comprender el misterio de la persona de Jesucristo.
Recordemos que la fe no es un atributo humano, un esfuerzo personal o un acto de la razón, sino que es un don de Dios: “¡Dichoso, tú, Simón, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos!”. La fe no solo proporciona alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que producirá una relación personal con Él, la adhesión de la persona, de su inteligencia, de su voluntad y sentimientos.
Es por eso, que la pregunta de Jesús, “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, en el fondo está impulsándonos a tomar una decisión personal en relación con Él. La fe y el seguimiento al Señor van íntimamente unidas entre sí. Para seguir al Maestro, la fe debe consolidarse y crecer, hasta el punto de que se haga más profunda y madura, al grado de intensificar y fortalecer la relación con el Señor, la intimidad con Jesús.
El día de hoy Jesús nos vuelve a preguntar a nosotros, “¿quién dices que soy yo? Respondámosle con generosidad, con valentía como Pedro: Señor, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has entregado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad, dejarme guiar por tu palabra. Me fio de ti, pongo mi vida en tus manos.
Por otra parte, tras la respuesta de Simón, Jesús nos habla de la Iglesia: “y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿Qué nos quiere decir esto? Que la Iglesia no es una simple institución humana, como cualquier otra agrupación, sino que ha sido instituido por Cristo y esta tan estrechamente unida a Dios. La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor.
Como Iglesia, debemos de poner a Cristo como el centro de nuestras vidas. Recordemos que seguir a Jesús en la fe, es caminar en comunión de Iglesia. Por lo tanto, no se puede seguir a Jesús en solitario. Quien se encierre en sí mismo, viviendo la fe según su mentalidad y egoísmo, corre el riesgo de nunca encontrar a Jesucristo, o de terminar siguiendo una imagen falsa de Él.
Jesucristo sigue haciéndose presente en medio de nosotros. Él constantemente quiere tener un encuentro con nosotros. Sabemos que si lo hemos encontrado debemos de darlo a conocer a los demás. No nos guardemos al Señor para nosotros mismos. Compartamos la alegría de nuestra fe y digámosle a todo el mundo, quién es Jesús para mí.
Hermanos, no olvidemos que el mundo necesita testimonio de nuestra fe, necesita de Dios. Al encontrarnos con Dios, permitamos que su Espíritu nos mueva y guíe siempre, de manera que podamos mostrar a todos los que nos rodean, lo que Jesús ha y seguirá haciendo por su Iglesia. Que el encuentro con el Hijo de Dios, nos lleve a ser una Iglesia basadas en el amor y la unidad.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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